Antonio García, Animales domésticos

De Animales domésticos (Norma, 2010; 190 pp.), el primer libro de cuentos de Antonio García Ángel, me gusta el desenfado con el que el autor navega por vidas obsesivamente nutridas de detalles, desde las técnicas para limpiar cubiertos de plata hasta un catálogo de juegos de PlayStation. El manejo de la cultura, tanto la popular como la “culta”, es un acierto. Ya habíamos encontrado algo de eso en Recursos humanos, la segunda novela de García. En Animales domésticos también hay chispazos cómicos, como este: “Tenían una relación en gerundio: siempre estaban terminando o volviendo” (20). Además, hay descripciones bien logradas, como esta: “La primera vez me dolió mucho, pero en las siguientes fuimos depurando el sexo animoso y torpe de los comienzos” (89).

García tiene, pues, un ojo excelente para el detalle. Sería una de esas personas que me encantaría que me contaran lo que pasó en una fiesta a la que no fui. Pero esa pasión por los detalles muchas veces produce un murmullo de incidentes aislados y descripciones minuciosas que paralizan la acción de los cuentos. Esa es la principal falla de los siete cuentos de Animales domésticos: las tramas se diluyen en tangentes, historias menores y glosas.

De hecho, en la misma antología se encuentran dos de las mejores formas de describir lo que pasa con estos cuentos. Por un lado, una narradora se refiere a una serie de eventos como un “cuadro de costumbres” (92). Ahí está. Al apilar fragmentos de las vidas de los personajes, algunas partes de los cuentos se tornan más bien estáticas y se asemejan al cuadro de costumbres.

Por otro lado, alguien en “Animales domésticos” compara las vidas de ciertos personajes con una telenovela (151); esto mismo hace el título del primer cuento, “Nuestro Melrose”, que alude a Melrose Place. Cuando aparecen los eventos en Animales domésticos, lo hacen en manadas que no siguen un rumbo muy claro. Se va formando entonces la dinámica serpenteante de una telenovela. Los textos “Nuestro Melrose”, “El gran Rafa” y “Animales domésticos” encajan particularmente bien en esa dinámica.

John Gardner dice que la preocupación principal de un escritor debe ser planear la trama (The Art of Fiction, p. 56). En Animales domésticos, me llevé la impresión de que los cuentos nacían cuando el autor vislumbraba a un personaje o un incidente llamativo. A partir de esa inspiración, el autor empezaba a escribir sin antes someter a ese personaje o ese incidente a la trama más atractiva posible.

Una consecuencia es que muchos cuentos se demoran en despegar. “Gordito”, uno de los textos más interesantes, pudo haber abandonado las primeras dos páginas sin perder nada. Habría empezado cuando inicia la acción, en el momento en que una de las mujeres le habla a Dávila por primera vez: “Llévanos, gordito” (39). “Nuestro Melrose” pudo haber saltado directamente a la presencia de Alicia e introducir toda la información del preludio de manera oblicua. “El gran Rafa” sencillamente da muchas vueltas, como también lo hace “Animales domésticos”. En defensa de estos cuentos, podríamos argumentar que la vida está llena de rodeos, y que al contarla hay que ser fiel a esos rodeos. Pero este no es un argumento satisfactorio para la ficción actual; Eagleton lo llama la falacia mimética. Al darse el lujo de hablar de más y de empezar lento, los cuentos de Animales domésticos no ejercitan la necesidad de atraparnos, sino que se valen de la paciencia que se espera del lector cautivo de una antología (aunque antes hayan publicado varios de los cuentos por separado).

El buen sentido del detalle es una de las virtudes de la colección que, ante el exceso, se vuelve un defecto. Hay otros casos. Ya señalé que hay salidas cómicas en los textos. Sin embargo, a veces el humor hace metástasis y genera tangentes absurdas, como esta: “Durante el tiempo que transcurrió bien pudo haberse creado de nuevo el universo desde el big bang hasta el big crunch o el big mac o lo que sea que destruye los universos” (26).

El manejo hábil de las referencias culturales es otra fortaleza que peca por exceso. Tal vez este es el ejemplo más increíble de la cantidad de metáforas y alusiones que introdujo García en un solo pasaje: “Expulsado del Paraíso sin haber saboreado la fruta prohibida, Humberto Dávila, alias el Ciego, sintió que el Génesis se había convertido en Apocalipsis, renegó de su fe ingenua en los falsos dioses de la casualidad y se quedó ahí, incapaz de separar las aguas o caminar sobre ellas hacia el bote, saboreando la vid amarga de la resignación. / De su inmovilidad de estatua de sal lo sacó el encargado […]” (45). He ahí un ejemplo bastante didáctico del tipo de oraciones que hay que evitar. Aunque el texto seguramente pretende burlarse de la cursilería de Dávila, no deja de requerir cirugía inmediata. Igualmente, hay muchos puntos en la antología en los que hubiera sido indispensable recortar. Algunas descripciones se salen de control, otras añaden observaciones innecesarias.

No dudo de la capacidad de García para construir un buen texto de ficción. Ya he señalado varias de sus virtudes, que son evidentes en Animales domésticos y en Recursos humanos. Pero creo que al autor le haría bien tener a dos personas cerca. A la primera, le comentaría las tramas de los cuentos antes de empezar a escribir y ella le diría con honestidad si son suficientemente intrigantes. Desde luego que García tiene buenas ideas en estos cuentos, como el incidente central de “Bobby” o la trama con el pez de “Animales domésticos”. No obstante, algunos textos debieron haber esperado más antes de pasar al procesador de palabras; eso les daría tiempo para generar una secuencia de acciones más intrigante.

La segunda persona debería leer los cuentos ya terminados. Esta persona tomaría un bisturí y con enérgicas buenas intenciones recortaría esas oraciones que se salieron de control y esos detalles que interfirieron con las tramas. Una mayor brevedad les sentaría muy bien a estos cuentos. De hecho, se destacan algunos de los textos de la antología que resultaron de trabajar en espacios reducidos. “Números redondos”, por ejemplo, es ingeniosamente construido. “Animales domésticos” hubiera sido un muy buen cuento, pero la narración se deshilvanó al extenderse por las 84 páginas de una novela corta.

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