El café de los micros


Mes (autoproclamado) del cuento, entrada número 21.

Hace poco me recomendaron el cuento “El café de los micros”, del argentino Gustavo Nielsen. Lo leí hoy; aunque no me pareció excelente, tiene elementos interesantes. Dado que es el mes (autoproclamado) del cuento, aquí van mis impresiones sobre el texto. El cuento está aquí. Sí sería bueno leerlo antes de seguir con los próximos párrafos, porque voy a revelar mucho de la trama.

El cuento describe un viaje desde Buenos Aires hasta Necochea, en un Valiant en el que viajan un niño (Marcos) y su padre. Durante el trayecto, hay un percance con dos hombres que conducen un camión viejo (un rastrojero, dice el cuento). El padre de Marcos, enfurecido, empuja el rastrojero dentro de una cuneta y se escapa para echar gasolina en una estación cercana y continuar el trayecto hacia Necochea. Un tiempo después, el Valiant se queda sin gasolina, y el papá de Marcos sale corriendo en busca de combustible. Para avanzar más rápido, deja a Marcos en el carro. Mientras tanto, los hombres del rastrojero, en compañía del empleado de la estación de gasolina, llegan al Valiant y lo destruyen a golpes. No descubren a Marcos, que está escondido adentro. El papá finalmente regresa, revisa el daño que recibió el carro (antes de buscar a Marcos, cabe anotar), y juntos retoman el camino hacia Necochea.

Mi primera objeción con el cuento es que es demasiado largo para la historia que narra. La primera mitad es lenta; su virtud es que reproduce la forma de pensar del niño. Sin embargo, la narración alterna entre los pensamientos de Marcos y los de su padre, y esto no me parece una alternación que enriquece el cuento, sino una serie de descuidos o deslices que lo empobrecen. Narrar toda la historia desde la perspectiva de Marcos habría sido más restrictivo para el autor, pero más llamativo para los lectores.

Otro problema es que el lenguaje no es suficientemente fuerte. Por ejemplo, cuando los hombres interceptan el Valiant, el cuento pudo haberse lucido con descripciones densas e impactantes. No lo hace. Pensemos en el estallido del parabrisas, que pudo haber sido mucho más explosivo de lo que fue: “El impacto del matafuegos sobre el parabrisas lo quebró con una explosión, pero no alcanzó a deshacer el rompecabezas en el que había quedado convertido. Tuvieron que dar dos o tres golpes más.” Las imágenes en este punto debieron ser realmente frescas y contundentes, como para aterrorizarnos y a la vez hacernos apreciar la escogencia de cada palabra y la cadencia de cada oración. Cuando el niño está ovillado en el piso, temiendo por su vida, ciertamente había mejores descripciones que esta: “El sudor lo bañaba desde los pelos hasta la punta de los pies”.

Con todo, creo que sobre la base del cuento actual se puede forjar un cuento más sólido. Voy a ser bastante atrevido con estas sugerencias, pero ahí van. El cuento se fortalecería recortando y reorganizando. Yo lo empezaría donde el padre dice “Antes de comprar a Walter, viajaba en micro”. Luego dejaría que el cuento se desenvolviera lentamente a partir de ese punto, con una discusión al parecer inconsecuente sobre los viajes en micro a Necochea. La tensión escalaría por el hecho de que el niño constantemente mira hacia atrás, nervioso. En algún momento, el niño cree ver entre las sombras al señor de la estación de gasolina, con la escopeta en la mano. Los comentarios sobre el rastrojero y la posible persecución serían crípticos, pero sabríamos que hay algo escondido detrás de la conversación tan mundana sobre los micros. Cuando el niño se queda solo, surgen más retazos de lo que sucedió, pero sin dar explicaciones detalladas. El cuento seguiría y terminaría casi de la misma forma en la que ahora está escrito. Le correspondería al lector llenar los espacios.

Bueno, es tan sólo mi opinión. En todo caso, el cuento no es malo en su forma actual.

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