Sobre el libro de cuentos

Tim Keppel, Alerta de terremoto. Trad. Julio César Mejía Yépez. Bogotá: Alfaguara (2006), 307 pp.
Óscar Saavedra, El Viaje. Cali: Universidad del Valle (2003), 86 pp.
Tomás González, El rey del Honka-Monka (1993). Bogotá: Norma (2006), 207 pp.
Javier A. Moreno, Lo definitivo y lo temporal (Inventario de objetos perdidos). Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT (2008), 103 pp.

Mucho se ha dicho últimamente sobre el estado actual del cuento, y más aún del libro de cuentos. Un autor de una antología de cuentos le dedicó dos columnas al tema hace poco, en El Espectador. La revista Cambio publicó un artículo al respecto en una edición reciente. Un blog literario colombiano, El ojo en la paja, aprovechó dos libros de cuentos para pronunciarse brevemente sobre este formato. Todos coinciden en referirse a la idea de que el libro de cuentos está agonizando, y muchos buscan conjurar ese mito.

El cuento no está muerto, ni moribundo. Aun si lo estuviera, sinceramente no sería algo tan terrible, y nuestros apetitos rápidamente encontrarían otro tipo de textos de interés. La desaparición de ciertos géneros artísticos es un fenómeno común, y no debe entenderse como la defunción de lo artístico en general. Muchos habrán sufrido en su momento con la pérdida de protagonismo del poema épico o de las alegorías morales medievales, pero los artistas simplemente encontraron otras formas de canalizar sus talentos. Igual hicieron los lectores, con sus intereses literarios.

Habiendo dicho eso, vuelvo al punto: el cuento no está muerto. De hecho, una revista literaria tan prestigiosa y tan leída como The New Yorker da fe de eso, incluyendo por lo menos un cuento en cada número. Hay cientos de revistas dedicadas a publicar cuentos, y aparecen cientos de antologías cada año. Y es aquí donde sí creo que estamos ante un género moribundo, cuyo desvanecimiento debo confesar que no lamentaría. Me refiero a las antologías de cuentos, más precisamente a las antologías de cuentos escritos por un solo autor, y, aún más específicamente, a aquellas que fueron escritas por un solo autor que no es bastante reconocido.

Las antologías de cuentos de grandes autores están fuera de competencia. Dubliners pudo haber sido un libro más en 1914, pero ahora, quien quiera leer el Ulises con juicio (y lo recomiendo), debería empezar por Dubliners (además de que “The Dead”, el último cuento de la colección, es muy bueno). Muchas colecciones de cuentos de grandes autores se publican constantemente: la excelente Library of America, por ejemplo, ha recogido los cuentos de Isaac Bashevis Singer en tres volúmenes. Los textos cortos de Beckett, llámense como se les quiera llamar (si cuentos, reflexiones, novelas cortas, o lo que sea), merecen ser leídos, y un amante de Beckett lo hará sin dudarlo. Igual hará un amante de Pynchon con Slow Learner, aunque los cuentos sean casi uniformemente malos (y el mismo autor lo admite en su ensayo introductorio, que termina siendo lo más valioso del libro). En fin. Esos libros, por ser de esos autores, están en una categoría aparte.

El formato problemático para mí, entonces, es el del libro de cuentos escrito por un autor que no goza de gran reconocimiento. En el artículo de Cambio, el editor Carlos Castillo dice que no es un formato muy lucrativo para las editoriales. Castillo lo mira desde la perspectiva de las editoriales, y creo, como lector, que parte de la razón para esto es que es muy difícil lograr algo impactante con este tipo de obras.

Me explico. Muchos, al defender el cuento dentro del mundo moderno, han destacado el hecho de que es un género ágil y breve en un mundo que es amante de la agilidad y la brevedad. Es verdad. Pero este es un atributo más apropiado para un cuento publicado en una revista, donde uno lo lee y pasa a otra cosa, y no de la antología como un todo. La antología no es ágil y breve. De hecho, la antología es más lenta y tortuosa que una novela que tenga el mismo número de páginas.

Parte del problema es que introducirse en un universo nuevo requiere un esfuerzo significativo del lector: debe posicionarse en el espacio y en el tiempo, debe familiarizarse con los personajes, debe adecuarse a la trama y al lenguaje. Esto requiere trabajo, como lo describió tan bien Vonnegut en Timequake. Así que uno de los grandes placeres de leer, que es dejarse atrapar, simplemente no puede suceder en una colección de cuentos. En el momento en que nos atrapa, el libro nos tiene que soltar para pasar a otro cuento. Es consustancial al género, y es cierto incluso de las antologías de cuentos largos. En la novela sucede lo que T. S. Eliot dijo en Four Quartets sobre los poemas, es decir, encontramos “the complete consort dancing together”. No es así en las colecciones de cuentos, aunque tengan trazos o temas en común.

Es más, con frecuencia son tan distintos los universos de un cuento a otro que, al leer una antología de un solo autor, me pregunto si no sería mejor tener un gran cuento de cada uno de varios autores, y reunirlos en un volumen colectivo. Ese, por ejemplo, me parecería un formato más atractivo. Es lo que hizo Bogotá 39 con sus 39 escritores. Y he aquí un libro que me gustaría leer: qué tal si, en ese país de países que es Colombia, alguna editorial comisionara a escritores de distintas ciudades para que escriban cuentos ubicados sin pudor en un lugar. De cada sitio los autores expondrían las problemáticas, las cartografías, los climas, los lenguajes. Sería un libro hasta instructivo para que los lectores, incluso los muy colombianos, sepan cómo se vive en las demás ciudades. Tan sólo basta leer el Valledupar de Alonso Sánchez Baute en Líbranos del bien y las versiones de Cali en la obra de Pilar Quintana para ver la significativa diferencia entre las ciudades colombianas. Semejante diferencia sin duda ameritaría una interesante antología de cuentos.

Pero lo que he dicho no reivindica la colección de cuentos que he cuestionado, es decir, la de autores que no sean ampliamente conocidos y valorados. Estoy convencido de que esta es una especie en vía de extinción.

Para cerrar me voy a referir a cuatro libros de cuentos escritos en español, y publicados en Colombia. Los describiré brevemente, y terminaré con unas apreciaciones en conjunto.

Empecemos con Alerta de terremoto, del norteamericano Tim Keppel, profesor de la Universidad del Valle en Cali. El texto recoge diecisiete cuentos escritos en inglés, (casi todos) publicados en distintas revistas, y luego traducidos al español para la antología. Muchos (pero no todos) los cuentos involucran a un protagonista estadounidense (con frecuencia el narrador mismo) que vive en Colombia; algunos cuentos se desarrollan en Estados Unidos, y su conexión con Colombia es tangencial (“El barrio”) o hasta inexistente (“El busto”). La obra no me entusiasmó. El lenguaje es plano, y mucha de la fuerza depende de tramas a veces entrecortadas, a veces exageradas, que buscan causar un impacto por la mera yuxtaposición de eventos. El texto se solaza presentando un retrato bastante estridente del encuentro intercultural, a menudo basado en la que podríamos llamar la Colombia de los titulares (la de las bombas y los paramilitares y los guerrilleros). Algunos cuentos se destacan, como “El barrio,” “Todos los hombres son perros,” “El farsante,” y “La balada de las jorobadas”.

Sigamos con un libro publicado en Cali: El viaje, de Óscar Saavedra. Es un libro muy breve, compuesto de once cuentos. Son cuentos de laboratorio: tienen todo tipo de giros y sorpresas que parecen brotar de talleres literarios. Además, el lenguaje parece tener un bozal: frenado, demasiado formal cuando no se necesita, demasiado cauteloso. El cuento epónimo no es el mejor. Tal vez el que más me atrajo fue “Los momentos compartidos”, sobre un hombre a quien torturan en el marco de un golpe de Estado. Pero el libro demuestra la falta que hace un editor perspicaz y exigente. Hay mucho que se debió haber removido o reescrito para tener más fluidez y para darles mayor protagonismo a los elementos interesantes. Y, además, hay muchos errores de redacción y de diagramación que dificultan en exceso la lectura. Repito: sí que hicieron falta las bondades de un editor escrupuloso.

El tercer libro que menciono es El rey del Honka-Monka de Tomás González. Aquí no están los problemas que he señalado en los dos párrafos anteriores. La voz de González es madura, se acerca a temas interesantes de formas incisivas, tiene propuestas frescas abordadas con talento y oficio evidentes. Los cuentos son relativamente largos, así que se dan la oportunidad de desarrollarse, sin el afán de obtener un punch line. El cuento que más me gustó es “Verdor”, el primero de la obra. Es un texto poderoso, de lenguaje agreste y situaciones que no están mediadas por barnices fantásticos o melifluos. El cuento mismo parece describirse al decir que los ricos, al pasar, veían a los vagabundos “y no podían entender cómo se podía llegar tan bajo. Y, para impedir que el caos se abriera bajo sus pies, repetían que era gente que nacía para perder, o que les gustaba vivir en la miseria” (pp. 37-38). El cuento describe cómo se puede llegar tan bajo. Es bien logrado. Pero en el texto resuena mucho, tal vez demasiado, el tipo de pauperización que capturó tan bien Beckett en la Trilogía (o Auster en City of Glass, o Coetzee en el estupendo Age of Iron). No pude dejar de oír a Beckett al leer “Verdor”, y no llegué a sentir que el cuento estuviera aportando algo verdaderamente novedoso e impactante. Y, en general, al leer la antología entera no llegué a sacudirme la impresión de que, si bien algunas frases eran fuertes y bien logradas, otras eran, bueno, simplemente feas, y con un pequeño ajuste habrían evitado cacofonías como esta: “el sueco comía como si no lo hubiera hecho nunca” (p. 52; énfasis fuera del texto). En todo caso, es un libro que vale la pena leer.

Termino el recorrido con Lo definitivo y lo temporal, de Javier Moreno. He aquí otra propuesta fresca, llena de juegos e historias amputadas. Ojalá el autor tuviera más paciencia para relatar algo más sustancial, algo más largo, y poner sus talentos al servicio de esa narración. Pero esa crítica esconde un elogio: Lo definitivo y lo temporal es un texto agradable y dinámico, que recompensa al lector. La antología tiene doce cuentos, sin excepción bastante cortos. Las tramas son tan tenues que casi ni aparecen: son pavesas de tramas. Lo mejor del libro está en una polvareda de detalles y microhistorias muy creativos y entretenidos. El texto que más me gustó es “Dingo”, del cual me molesta tan sólo el final. Hay un perro sensacional alrededor del cual se enhebran la trama del personaje central (un profesor de matemáticas) y una subtrama con una estudiante del profesor. El perro es de una vivacidad francamente memorable. Ya otros, como Ricardo Silva y Portnoy, han elogiado Lo definitivo y lo temporal; los elogios no son infundados.

¿Qué concluir luego de reseñar brevemente estos libros? Me mantengo en la idea de que el libro de cuentos es un género riesgoso. Tomás González ya es un autor conocido, así que llegué a El rey del Honka-Monka a partir de muy enfáticas recomendaciones. Uno no se decepciona; el libro es bueno. Por otra parte, está el texto de Javier Moreno, que por ser el primer libro del autor habría sido víctima de la visión ominosa que he presentado más arriba. Sin embargo, habrían pagado los justos con los pecadores: es un texto desenvuelto y prometedor. La facilidad para el juego produce unos resultados refrescantes, y, como lo dije antes, sería muy interesante ver qué pasa si el autor aplica esa facilidad a una obra más larga. Así, cuando la historia nos atrape, no nos tendría que soltar cuatro o cinco páginas más adelante, como sucede en todas las obras que he reseñado aquí, por la naturaleza misma del controvertido libro de cuentos.

Comments

  1. Creí que hablaría del de Juan Carlos González. Por otro lado, me han recomendado mucho Carreras Delictivas, de J.S. Cárdenas.

    Hay un libro llamado Calibre 39, publicado por Villegas el año antepasado, donde hicieron una selección de cuentos de narradores colombianos jóvenes. Creo que fue armada a las malas. Aquí un breve comentario sobre el libro que escribí tras leerlo.

    Releyendo el textito, recuerdo ahora que la gente habla bien de Las Orejas del Lobo y Trece Circos Comunes, ambos de Antonio Ungar.

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  2. Gracias por las recomendaciones.

    Vi tu reseña de Calibre 39, y estoy plenamente de acuerdo con que Bogotá recibe suficiente atención. Por eso el libro que propongo acá, que reuniría diferentes representaciones de la heteróclita Colombia.

    Es verdad que pensaba incluir una reseña del libro de cuentos de Juan Carlos Rodríguez. No pude, por dos razones. Primero, porque en dos o tres intentos de empezar reboté contra un sensacionalismo algo escandaloso que me desencantó desde las primeras páginas, y que retrataste muy bien en la cita sobre los hoyuelos que incluiste en tu reseña. Pero de verdad quería leerlo hasta el final: tu reseña fue positiva, y también lo fue la de El ojo en la paja. Y aquí viene la segunda razón: perdí el acceso al libro, y desde donde estoy no me es fácil recuperarlo. Me queda mucho más fácil encontrar obras de Lorrie Moore, que con tanto entusiasmo has recomendado. De hecho, en este momento estoy leyendo un libro de cuentos de Moore: Birds of America. Ha empezado muy bien.

    A propósito, creo que HermanoCerdo ha encontrado una muy buena fórmula, combinando cuentos con textos críticos.

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  3. Me gusta mucho la manera como trata el asunto en esta entrada, y queda poco por decir al respecto.
    En cualquier caso, en mi opinión, la publicación de cuentos de nuevos autores no podría limitarse a revistas y periódicos, éstos deberían ser más bien piezas publicitarias para las obras, un abrebocas, digamos, del estilo de cada autor.
    Dado que la manera de dejarse atrapar por un libro --sea antología de cuentos, sea novela--, varía de lector a lector, pienso que lo importante es tener la opción de escoger dentro del mercado, y ahí es donde lo que pesa no es el género literario, sino criterios netamente comerciales.

    Una cosa más. Leonard me parece un muy, muy buen cuento.

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  4. Parecería entonces, siguiendo su teoría, que en español el cuento está condenado a desarrollarse como un género de distribución gratuita en la red y sin salida comercial, porque -que yo sepa- hay poquísimas publicaciones de papel con distribución digna que se atrevan a recibir y considerar relatos de autores sin novela. En Colombia, por ejemplo, hay una, o una y media.

    De todas maneras me queda la duda de si el problema de los libros de cuentos es real (condición necesaria para adentrarse en su reflexión) o si es una invención de las editoriales para deshacerse con facilidad de los cientos de manuscritos de más que recibirían de aceptar libros de relatos. Logisticamente eso puede ser un infierno. Si usted se fija, las pocas veces que editoriales con peso de animan con este tipo de libros el resultado parece no ser tan malo como siempre aseguran. En otras palabras, cuando quieren pueden. El libro de Rodríguez, para no ir más lejos, hasta lo declararon "Libro de Año" en Arcadia. Y no es que sea una maravilla, francamente. ¿Será que sus ventas no fueron comparables a las de cualquier primera novela de autor joven publicada en Mondadori o Alfaguara? Lo dudo.

    En últimas, parecería que lo que termina determinando el éxito comercial de los libros es la inversión en publicidad y el impulso que reciban en los medios. El género es lo de menos.

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  5. De grandes autores, recomiendo los "Cuentos completos" de Nabokov, editados por Alfaguara (creo, no tengo aquí el ejemplar para confirmarlo). No hay uno malo, eso me impresionó. ¿Cómo pudo este tipo escribir tan bien desde que comenzó hasta que se murió?

    Hace poco leí una de Vonnegut. "Welcome to the Monkey House". También la recomiendo, pero no me hagan caso, yo soy una fan enferma. Había de todo. Artículos, ciencia-ficción, realismo, hasta historias de amor. Unos eran buenos, otros regulares, otros malos. La recomiendo, sobre todo, porque en algunos me pareció encontrar la semilla de donde pudieron surgir "Jailbird", "Galapagos" y "Slaughterhouse-Five". En otros, estaba el Vonnegut que más me gusta: imaginativo, chistoso, burlón.

    Hace poco leí "Killer in the Rain" de Raymond Chandler. La dejé por la mitad. Y no porque no me hubiera gustado, todo lo contrario, Chandler está muy bien. El asunto es que me dio una especie de "Chandler overdose". Todas las historias tenían el mismo tono, el mismo ambiente, el mismo personaje.

    Pero Federico tiene razón. Leer antologías, sean de grandes autores o de autores nuevos, es mucho más trabajoso que leerse una novela del mismo número de páginas. La novela te envuelve, te mima, todas las noches la abrís con la emoción de encontrarte de nuevo en un mundo familiar. El libro de cuentos, en cambio, te expulsa cada vez. En ese sentido, tu relación con él es traumática.

    Federico, ¿cómo así que perdiste el acceso al libro de Juan Carlos Rodríguez? ¿No te lo llevaste, pues?

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  6. Ya que ponen el tema, propongo mis cuatro libros de cuento favoritos del día de hoy:

    1) Cuentos completos de Leonard Michaels.
    2) Cuentos completos de Hemingway (Edición Quinta Vigía).
    3) Drown, el primer libro de Junot Díaz.
    4) Runaway, de Alice Munro.

    (Sobre los cuentos de Nabokov, por cierto, siempre he tenido la teoría (imposible de comprobar y evidentemente conspiranoica) de que -al ser traducidos tardíamente al inglés por Nabokov y su hijo antes de ser distribuidos como un libro- sufrieron sendas reediciones (el perfeccionismo de Vladimir era legendario) y lo que leemos son reescrituras del viejo Nabokov de sus cuentos juveniles. Por eso es que su prosa luce tan limpia y tan madura a lo largo de todo el compilado: En últimas todos fueron reescritos a la misma edad.)

    Lo que dice Pilar de la diferencia entre la novela (que "atrapa") y el libro de cuentos (que "expulsa") a mí siempre me ha parecido más una virtud que un defecto: Con los libros de cuentos usualmente termino teniendo relaciones de lectura más duraderas si no cuasipermanentes. Las novelas pocas veces me duran más de una semana mientras que a los cuentos regreso y regreso lentamente durante meses. A veces los recorro de manera sistemática, pero muchas veces más dejo que el azar guíe y cada tanto me sorprendo descubriendo textos nuevos (o renovados) en libros que ya creía completamente agotados.

    Tal vez por eso compro sin menos pensar libros de cuentos que novelas. Me parecen una inversión más segura. Lo que quiera decir eso en este contexto.

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  7. El problema comercial que han señalado algunos es importante. Claro, un libro de cuentos no tiene por qué estar condenado al fracaso comercial. El libro que trae Javier a colación es un buen ejemplo de que no tiene que ser así. Y claro que el "hype" creado por las editoriales va a afectar las ventas, independiente del género del libro. Un autor que sí parece hacer exactamente lo que dice Mónica, es decir, usar los cuentos de revista como un abrebocas publicitario, es Ian McEwan, con los capítulos que publica en The New Yorker (como si fueran cuentos independientes) en vísperas de salir sus nuevas novelas.

    A pesar de lo que he dicho, no le veo mucho futuro al género del libro de cuentos de un escritor nuevo. Las editoriales harán bien en dejar que los escritores nuevos se fogueen antes de armarles libros de cuentos. Hace un tiempo el NYT sacó un artículo sobre cómo muchas editoriales serias están dejando que surjan grandes figuras en la autopublicación antes de contratarlos. Así se ahorran los estudios de mercadeo, con un estudio de mercadeo real entre lectores reales: la recepción de libro autopublicado. Una escritora de un bestseller del NYT fue rechazada por 50 editoriales hasta que se autopublicó y el libro vendió bien; luego la contrataron, con gran éxito.

    ¿Cómo funcionaría esto en el mundo de los cuentos? Pues las editoriales no tendrían que esperar a que el autor publique una novela. Podrían ver que los cuentos del autor son publicados en distintos medios, y reciben buena atención, antes de jugársela con la antología. Y no estoy reinventando la rueda. El libro Birds of America, de Lorrie Moore, tiene 12 cuentos, 11 de los cuales ya habían sido publicados por distintas revistas literarias. Así, ella dejó que los textos se foguearan en esos medios, luego los recogió, les hizo pequeños ajustes, y completó la antología con uno nuevo. Creo que sería, muy plausiblemente, para donde iría el libro de cuentos. (Otro ejemplo: todos los de Pynchon en Hard Learner ya habían sido publicados).

    Javier señala un problema importante: hay muy pocas revistas serias, con buena distribución, que recojan cuentos en Colombia. Aun ampliando el espectro a América Latina, no es tan grande el número como en EEUU. Sin embargo, van a tener que surgir más revistas, aunque no sean impresas ni muy grandes, para absorber las grandes ofertas y demandas de cuentos en español. Hace unos años nadie daba en un peso por el prestigio de la autopublicación, y miren lo que cuenta el NYT sobre lo que está pasando ahora. Muy probablemente veremos en un futuro cercano que, de las pequeñas publicaciones en Internet, cuyos textos sean bien recibidos, salgan las antologías de cuentos.

    Ahí estaría un buen compromiso entre la calidad, las expectativas comerciales, el nombre del autor y de la editorial, y otros factor afines.

    Ahora, estoy de acuerdo con Pilar en que prefiero una novela a un libro de cuentos. Entiendo las razones que da Javier, pero prefiero una novela. Aunque me la lea en un día. El universo de la novela, construido con tan gran esfuerzo, es algo que lo deja a uno encantado cuando funciona bien. Entre una buena novela de un autor y un buen libro de cuentos de un autor, casi en todas las ocasiones preferiré la novela. Muy fácilmente le puede pasar a uno el fenómeno de saturación que describió Pilar con Chandler. O simplemente el desgaste de ese proceso de penetrar el mundo, organizarse, conocer a los personajes, etc., para luego tener que pasar a otro en cuestión de pocas páginas. Prefiero la novela.

    Ahora, debo resaltar que mi pesimismo sobre el libro de cuentos de autores nuevos a veces sacrificaría libros interesantes. Lo dije al final de la reseña. Y es verdad: el libro de Javier Moreno, por ejemplo, vale la pena que fuera publicado. Habrá muchos otros ejemplos. Pero sí será bueno que las revistas, como HermanoCerdo, Etiqueta Negra y ojalá El Malpensante (ahora que es electrónica, podría ampliar su cobertura de cuentos), sean el primer frente de batalla en la selección de cuentos para una antología.

    Mónica: gracias por el comentario sobre "Leonard".

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  8. Yo desconfío mucho de la autopublicación. De 50 editoriales que rechacen el mismo manuscrito, un alto porcentaje debe estar en lo cierto. Aunque sé que hay muchos ejemplos de grandes obras rechazadas inicialmente por todas las editoriales (mi favorita en ese grupo es La conjura de los necios), creo que siguen siendo la excepción y no la regla.
    Adicional a eso, las editoriales, incluso las más pequeñas, tienen canales de distribución y divulgación a los que difícilmente accede el autor que publica independiente, así que igual su libro entra con desventaja al mercado.
    De otro lado, el mundo editorial funciona principalmente de manera intuitiva. Creo que no hay estudios de mercadeo realmente serios en cuanto al consumo de libros, por lo menos no por parte de las editoriales. Probablemente las librerías, que tienen un contacto más directo con los lectores, conocen un poco mejor a sus clientes, y pueden dar cuenta, al menos, de los libros más vendidos; pero estoy segura de que son pocas las editoriales que puedan hablar con certeza de lo que sus lectores están buscando.
    En cuanto al fogueo de los nuevos escritores, aparte de lo que ya se ha dicho sobre los impresos periódicos, creo que las editoriales universitarias que tienen intereses, digamos, menos comerciales (aunque también sin ánimo de pérdida), son un espacio perfecto para esos primeros cuentos de autores desconocidos. Me parece más apropiado que la autopublicación.

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  9. Mónica: comparto tu desconfianza a priori hacia la autopublicación. Sin embargo, el artículo del NYT da una mirada fresca al asunto que me pareció persuasiva. Por ejemplo, lulu.com, una de las casas de autopublicación más emblemáticas, es de verdad muy organizada. Hace poco compré un libro electrónico por allí, y me pareció impecable.

    Lo que al parecer están mirando las casas editoriales grandes y sagaces es la recepción de los textos autopublicados. Literalmente se meten a Internet y ven qué tipo de comentarios han recibido. Eso constituye una herramienta de investigación de mercado bastante sofisticada.

    No conozco desde adentro cuán rigurosa sea la labor de estudios de mercado de las editoriales, así que no sé si puedo compartir tu desconfianza hacia estos procesos. De lo poco que he visto en el mundo editorial hispanoparlante, sí he encontrado que tienen lectores profesionales, y que buscan recopilar opiniones variadas de personas (internas y/o afines a la institución) antes de embarcarse en una publicación. He oído que en el mundo anglosajón tienen pruebas piloto con lectores antes de sacar libros al mercado. Esto de dejar que los autores se sometan al escrutinio público sin tener que gastar un peso es una táctica bastante bien pensada.

    Ahora, lo que no hacen las casas de autopublicación, casi por definición, es filtrar los textos que publican. (Un ejemplo dramático en Colombia es la novela Bagdad Bar; dramático de verdad. Pero un contraejemplo es un librito interesante de poesía que se llama Luna Nueva). Así que, ante esta realidad, un aparato robusto de revistas literarias resulta bastante saludable. Y lo que has dicho de las imprentas universitarias es un buen aporte, en el que no había pensado al escribir la reseña. De las editoriales universitarias colombianas, he visto esfuerzos interesantes de la Universidad de Caldas y de EAFIT.

    En general, pido disculpas por un par de errores que se me fueron en la contestación pasada, pero tuve que hacerla con un acceso bastante pobre y angustioso a Internet.

    Ah, y The Confederacy of Dunces también me encanta. Está entre mis favoritas.

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  10. Ah, aquí está tu nuevo post, jiji.

    ¿Te pareció impecable el libro de Clint o la forma de comprarlo? Va a ser muy rico sentarme a leerlo en el futuro, aunque creo que ya me he leído todos sus cuentos por separado. En mi opinión es un excelente escritor y me alegra que haya decidido publicar sus cuentos. Él, por ejemplo, no tiene tiempo de ponerse a buscar una editorial y optó por la publicación online. Hay quien no busca dedicarse exclusivamente a escribir y, sin embargo, lo hace muy bien (o simplemente quiere compartir su obra).

    Yo sí compraría y leería libros de publicación independiente si el tema y la descripción me gustaran (lo hago con software y textos médicos y he quedado satisfecha). A veces parece imposible hacerle llegar un libro a una editorial y puede haber buenas cosas que aún no se han dado a conocer. También puede que quienes eligen los textos en las editoriales no compartan el gusto de uno.

    Mi mamá publicó mi libro sin que yo estuviera muy contenta con la idea antes de que lo comprara Norma. Cedí porque tenía otras prioridades en el momento y sabía que mi mamá iba a quedar feliz con mi libro impreso y listo para regalar... pero eso mismo hizo que me desentendiera del libro por completo: se me quitaron las ganas de pulirlo y de mandarlo a editoriales. Aunque lo que quería desde un comienzo era trabajar con un buen editor que me guiara (hay ciertas pautas que me parecen indispensables para ofrecer un producto de calidad superior) nunca descarté la posibilidad de hacer lo mismo que Clint si esta oportunidad no se me presentaba. Es bueno saber que cualquier persona puede leer lo que uno ha escrito así la publicación online no tenga el prestigio o el respaldo de una gran editorial. Yo espero que llegue a respetarse de igual forma, a mí me gusta apoyar la publicación independiente. Hay muchos genios sueltos por ahí.

    Por otra parte, aún si algunos autores no buscan sacar gran provecho comercial de sus obras, como debe ser el caso del autor de Bagdad Bar, la autopublicación por medio de imprentas independientes sigue siendo una inversión muy grande y difícil de recuperar para la mayoría: la distribución que le da a un libro una editorial grande no se compara con la que le puede dar el autor y, por muy bueno que sea el libro, va a seguir estando en la penumbra hasta que un editor se fije en él. Me gusta muchísimo más la idea de publicar en internet que la de contratar los servicios de una imprenta, aunque no creo que el mercado latinoamericano sea tan receptivo como el norteamericano. Acá estamos acostumbrados a que la crítica o las editoriales nos digan qué es bueno antes de decidirnos a comprar un libro y todavía nos deslumbra el peso del papel. Las editoriales pueden ser buenos filtros en ocasiones pero no siempre. Quizá en el futuro cambien las cosas, ojalá. Me gusta la idea de sea el público quien elija. Por eso soy fan de los blogs: mi elección, mi tiempo y, sobre todo, la posibilidad de interactuar con el autor.

    ¡Amo internet!

    ps: es increíble la diferencia entre tener un blog en inglés en Vox y uno en español en Blogspot. Son sesenta comentarios inteligentes (o al menos francos y relajados) de desconocidos en el primero contra cinco comentarios muy medidos de conocidos o amigos de conocidos. Nos falta mucha libertad de expresión e interacción.

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  11. Me da la impresión de que en Colombia se compran libros para regalar y no para leer, muy al revés de lo que pasa en EEUU. Conozco a muy pocas personas aquí que digan "voy a ir a comprarme X libro, ¡qué ganas de leérmelo!". En cambio sí oigo decir con muchísima frecuencia "le regalé a Pepito X libro de cumpleaños"... y Pepito no se lo lee. Creo que cuando se trata de leer, se leen más blogs que libros en Colombia.

    Pero si los colombianos compraran libros para leer, no veo por qué no preferirían libros de cuentos, tanto más fáciles de digerir. Si yo fuera editora, trataría de imponer la moda del libro de cuentos. Con tapas divinas e ilustraciones... para que los regalen y también se los lean. Waf.

    Acabo de ver que Pilar Quintana dejó un comentario arriba. Aprovecho para felicitarla por Coleccionista De Polvos Raros, fue lo último que me leí. Lo disfruté mucho (y la trama me angustió bastante, cosa que agradezco. Qué difícil que un autor contemporáneo despierte sentimientos). Buen libro.

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  12. Estoy de acuerdo con que la autopublicación responde a cantidades de intereses distintos, y por ende no debería ser descalificada in integrum. Por ejemplo, hay compañías que quieren escribir libros sobre sí mismas para regalar en la celebración de cierta efemérides, y no pierden el tiempo interesando a una editorial para esto: se autopublican. (De hecho, conozco algunos autores de editorial que se prestan gustosos para hacer estos trabajos, por una tarifa). Es el caso también de personas que quieren tener su propio libro de poemas, o regalarles sus memorias a sus familiares, o simplemente no tienen intereses comerciales. Los bajos costos de producir libros impresos con calidad han hecho muy atractiva esta opción.

    Ciertamente pueden encontrarse libros excelentes en el mundo autopublicado. La diferencia radica, creo, en el editor. Un buen editor será un filtro efectivo para los textos malos, será capaz de reconocer rápidamente los textos buenos (o los textos con muy buena promesa, aunque necesiten cambios), corregirá detalles puntuales de redacción y composición que pueden atrofiar el producto. A veces me aterra la cantidad de errores flagrantes que muchas editoriales serias dejan pasar. Y he visto publicaciones serias intentando introducir errores en los textos, porque un copieditor supuestamente brillante tenía sus propias reglas indescifrables de gramática y ortografía. Si una editorial tiene un "corrector" que mutila, saldrá más limpio el texto autopublicado de un autor juicioso. Pero la labor del editor sí que es útil. Mencioné la falta que hizo en el libro publicado por Univalle que describí en esta reseña, y debería ser aún más enfático al respecto. Este es, en todo caso, un punto al que volveré un poco más adelante, en un post sobre la e-literatura.

    Y, claro, un buen editor es costoso, y esto lo deben asumir las editoriales. Mencionaste en tu comentario el costo de sacar un libro al mercado por una editorial; hace poco en un periódico de Puerto Rico calcularon este costo (sin contar impresión, distribución, etc.) en once mil dólares. Es un valor considerable. Y la distribución, como bien lo señalaste, es el enorme beneficio de las editoriales grandes, aunque muchos se han quejado con razón de serios problemas de distribución en el mundo editorial latinoamericano.

    Y para cerrar con tus apreciaciones sobre ese mundo. Definitivamente el mercado de compradores de libros en el mundo angloparlante es algo aterrador (y el de América Latina, en comparación, es famélico). Las cifras de compras y de avances en ese mundo no lo dejan de aterrar a uno (un millón de dólares acaba de recibir Jonathan Littell como un avance por los derechos para vender en EE.UU. la traducción al inglés de su primera novela, que tiene 983 páginas, y se espera que venda por lo menos 75.000 ejemplares). Y, claro, eso deja mucho margen de maniobra para que no sólo los cientos de editoriales pequeñas y arriesgadas (los casos de gratitud de Beckett y de Vonnegut con sus respectivas pequeñas editoriales son encomiables) publiquen textos osados, sino para que lo hagan las grandes editoriales tradicionales. Me encantaría conocer una editorial grande del mundo iberoamericano que se le hubiera medido a la primera novela de Pynchon: más de 500 páginas, escritas a los 23 años, que reunían tantos saberes y chistes y personajes raros que un editor impaciente la habría tirado a la basura en la página 5. O incluso que se le hubiera medido a la menos arriesgada City of Glass, de Auster, con su academicidad despreocuada y extensa.

    Para responder tu pregunta inicial, me fue bien con lulu.com. Todavía no he llegado al libro de Clint.

    Sí, era Pilar Quintana quien escribió ese comentario. Me alegra que te haya gustado su novela. En su blog, el novelista español Rafael Reig también hizo unos comentarios muy positivos sobre la novela de Pilar. Creo que te gustará mucho también su próxima novela, titulada Club Iguana, de la cual ya adelantó un capítulo en Internet.

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