Una defensa muy breve del Ulises
El Ulises (1922), de Joyce, es una novela excelente, superlativa, chistosa, genial. En realidad me sorprende oír por ahí, por ahí y en general por ahí que el Ulises es un engendro, un bodrio, un endriago ilegible. Y no se trata de rendirle culto a Joyce: la última novela de Joyce, Finnegans Wake, sí es una verdadera tortura salvo que uno la lea como quien escucha una canción en un idioma extranjero, presto a rescatar algunas frases eufónicas y algunos juegos de palabras interesantes. Y eso. (Este, el de Finnegans Wake, es un caso extremo de los hábitos de lectura que en una entrada anterior describí en relación con Pynchon).
Pero el Ulises es otra cosa. Sí, es una obra cuya lectura se enriquece mucho cuando uno tiene un profesor de literatura a la mano, y uno o dos manuales, como el de Stuart Gilbert que por primera vez decodificó en pleno el subtexto mítico de la novela, o como el robusto Ulysses Annotated de Don Gifford y Robert J. Seidman. Y es que así era la compulsión intelectualizante de la literatura de la época: un poema como “The Waste Land” de T. S. Eliot, por ejemplo, está verdaderamente atiborrado de referencias culturales de todo tipo. Y, bueno, eso era lo que se esperaba. Pero esa no debe ser la razón por la cual un buen lector abandone el Ulises. Como lo describió muy bien Jonathan Culler en su Literary Theory: A Very Short Introduction (1997), uno de los rasgos del lector de literatura (a diferencia del lector de textos históricos, sociológicos, jurídicos, etc.), es suspender la exigencia de inteligibilidad inmediata (“the suspension of the demand for immediate illegibility” [p. 41]).
Porque el Ulises es mucho más que su, sí, complejísimo sistema de referencias y andamiajes simbólicos. Leopold Bloom, por ejemplo, es un personaje fabuloso, lleno de riqueza sensorial, meditaciones cómicas, inseguridades (aunque Stephen Dedalus, otro protagonista, goce de una capacidad singular para producir tedio). Los conflictos que enfrentan los personajes son profundos, provocadores y poderosamente construidos. La manera misma de integrar el conocimiento dentro de una trama tortuosa pero atractiva es aleccionante; es un testimonio de lo bien integrada que estuvo la erudición que los lectores se tardaron varios años en descubrir por qué la novela realmente se llamaba Ulises. ¿Y un escritor que confronte Ulises cómo no va a disfrutar al leer la fabulosa técnica con la cual Joyce construye, por nombrar algunos, el monólogo de Molly Bloom en el último capítulo de la novela, o los movimientos sinfónicos del episodio conocido como “Sirens”?
Yo siempre recomiendo que los lectores insatisfechos con el Ulises aguanten por lo menos hasta el cuarto episodio, cuando el angustiadísimo Stephen le cede la narración al fascinante Leopold. Y eso me lleva a una pequeña reflexión con la cual concluir esta breve y muy personal reivindicación de la novela. ¿Será que hemos desarrollado unas expectativas de lectura afanadas, impacientes, hiperactivas, es decir, muy ajustadas al ritmo del mundo actual, pero tanto así que nos impedirían apreciar grandes obras que nos cayeran sobre el regazo sin carátula y sin recomendaciones previas? Sin ejercer algo de paciencia, ¿no cometeríamos el error de dejar tiradas las novelas de Pynchon al toparnos con la primera sección impenetrable, o Recursos humanos al encontrar el primer monólogo del profesor Conrado, o Delirio ante el primer soliloquio del abuelo, o El enfermo de Abisinia desde la primera página, o Worstward Ho desde la primera frase? Sigue un muy largo etcétera.
Hace un tiempo hubo una discusión muy interesante en el blog El ojo en la paja, y entre los comentarios alguien recomendó una página en la que un editor explicó su práctica para escoger entre los manuscritos que recibía: leer en voz alta la primera página y la última página, y con base en esa selección determinar si valían la pena. Sí, la cantidad de trabajo y de obligaciones nos obliga a usar muestreos y otros sistemas amigos de la eficiencia, pero me pregunto si una novela como la de Joyce habría jamás sobrevivido a esa guillotina. Igual si hacemos una selección al azar de novelas bien recibidas, y merecidamente famosas, desde A Passage to India de Forster hasta la reciente ganadora del Booker Prize, The Inheritance of Loss por Kiran Desai. Supongo que mi reflexión es esta: claro, podemos abandonar lecturas que no nos seduzcan, pero ¿cuánto estaremos perdiendo al no tener la paciencia para soportar novelas que en momentos puedan parecernos crípticas y aun aburridas pero que en el agregado resulten verdaderamente importantes?
Pero el Ulises es otra cosa. Sí, es una obra cuya lectura se enriquece mucho cuando uno tiene un profesor de literatura a la mano, y uno o dos manuales, como el de Stuart Gilbert que por primera vez decodificó en pleno el subtexto mítico de la novela, o como el robusto Ulysses Annotated de Don Gifford y Robert J. Seidman. Y es que así era la compulsión intelectualizante de la literatura de la época: un poema como “The Waste Land” de T. S. Eliot, por ejemplo, está verdaderamente atiborrado de referencias culturales de todo tipo. Y, bueno, eso era lo que se esperaba. Pero esa no debe ser la razón por la cual un buen lector abandone el Ulises. Como lo describió muy bien Jonathan Culler en su Literary Theory: A Very Short Introduction (1997), uno de los rasgos del lector de literatura (a diferencia del lector de textos históricos, sociológicos, jurídicos, etc.), es suspender la exigencia de inteligibilidad inmediata (“the suspension of the demand for immediate illegibility” [p. 41]).
Porque el Ulises es mucho más que su, sí, complejísimo sistema de referencias y andamiajes simbólicos. Leopold Bloom, por ejemplo, es un personaje fabuloso, lleno de riqueza sensorial, meditaciones cómicas, inseguridades (aunque Stephen Dedalus, otro protagonista, goce de una capacidad singular para producir tedio). Los conflictos que enfrentan los personajes son profundos, provocadores y poderosamente construidos. La manera misma de integrar el conocimiento dentro de una trama tortuosa pero atractiva es aleccionante; es un testimonio de lo bien integrada que estuvo la erudición que los lectores se tardaron varios años en descubrir por qué la novela realmente se llamaba Ulises. ¿Y un escritor que confronte Ulises cómo no va a disfrutar al leer la fabulosa técnica con la cual Joyce construye, por nombrar algunos, el monólogo de Molly Bloom en el último capítulo de la novela, o los movimientos sinfónicos del episodio conocido como “Sirens”?
Yo siempre recomiendo que los lectores insatisfechos con el Ulises aguanten por lo menos hasta el cuarto episodio, cuando el angustiadísimo Stephen le cede la narración al fascinante Leopold. Y eso me lleva a una pequeña reflexión con la cual concluir esta breve y muy personal reivindicación de la novela. ¿Será que hemos desarrollado unas expectativas de lectura afanadas, impacientes, hiperactivas, es decir, muy ajustadas al ritmo del mundo actual, pero tanto así que nos impedirían apreciar grandes obras que nos cayeran sobre el regazo sin carátula y sin recomendaciones previas? Sin ejercer algo de paciencia, ¿no cometeríamos el error de dejar tiradas las novelas de Pynchon al toparnos con la primera sección impenetrable, o Recursos humanos al encontrar el primer monólogo del profesor Conrado, o Delirio ante el primer soliloquio del abuelo, o El enfermo de Abisinia desde la primera página, o Worstward Ho desde la primera frase? Sigue un muy largo etcétera.
Hace un tiempo hubo una discusión muy interesante en el blog El ojo en la paja, y entre los comentarios alguien recomendó una página en la que un editor explicó su práctica para escoger entre los manuscritos que recibía: leer en voz alta la primera página y la última página, y con base en esa selección determinar si valían la pena. Sí, la cantidad de trabajo y de obligaciones nos obliga a usar muestreos y otros sistemas amigos de la eficiencia, pero me pregunto si una novela como la de Joyce habría jamás sobrevivido a esa guillotina. Igual si hacemos una selección al azar de novelas bien recibidas, y merecidamente famosas, desde A Passage to India de Forster hasta la reciente ganadora del Booker Prize, The Inheritance of Loss por Kiran Desai. Supongo que mi reflexión es esta: claro, podemos abandonar lecturas que no nos seduzcan, pero ¿cuánto estaremos perdiendo al no tener la paciencia para soportar novelas que en momentos puedan parecernos crípticas y aun aburridas pero que en el agregado resulten verdaderamente importantes?
Fede, sabés que estoy de acuerdo con vos. Tu pregunta final me recuerda a esa conversación que sostuvimos hace poco y a esa frase ya trillada que me fastidia tanto: "el derecho de todo lector es saltarse las páginas, líneas o palabras que quiera de lo que se esté leyendo". Qué frase tan pendeja, ole, obviamente cualquier persona puede hacer lo que se le de la gana. Si yo no me leo un libro COMPLETO, no digo "me leí X", digo "hojeé X". Es muy distinto hacer una lectura consciente de una obra y hacer el esfuerzo mínimo de aguantarse el pedacito que no le gustó a uno a leerse bien rapidito unos cuantos capítulos.
ReplyDeleteEntonces qué, ¿vamos a ver pinturas de lejos para hacer comentario de documento iconográfico? Tsk, tsk, tsk. Claro, uno se puede hacer UNA IDEA de si le va a gustar la obra en cuestión, y las primeras impresiones nunca van a dejar de ser importantes. Pero ese afán me parece deshonesto.
Me gustaría cambiar la frasecita del derecho del lector (que es una disculpa para una pereza fea que nada tiene qué ver con el ocio creativo) por "es la obligación del buen lector leerse la obra completa con la mayor ateción posible antes de hacer una crítica seria". Hey, a veces es mejor pertenecer al Partido Regresivo.
Si le da pereza leerse el libro completo, no diga que se lo leyó.
Estoy muy de acuerdo con vos, y así lo hablamos en la conversación que traés a colación. De hecho, esa conversación estaba latente en las apreciaciones que incluí aquí. Dicho de otro modo, claro, uno puede leer o no leer cualquier libro, pero yo no diría que lo he leído a menos que, bueno, lo haya leído, con todo y sus partes jartas. Yo no diría que he visto una película si he visto sus primeros 15 minutos.
ReplyDeleteEn parte, creo que esta actitud ante la lectura se debe a una lógica muy particular, la de tomar y soltar todo en el mundo como uno hace con los artículos en un supermercado. Es un eclecticismo apurado, basado no en el pluralismo sino en el consumismo. (Verás algo parecido en el personaje Damián Luria de Obituarios). Y no se trata de sentarse a hacer una jeremiada en contra de eso; es el mundo que habitamos, aunque no tiene por qué impedirnos leer, como quien dice leer, libros buenos porque no mantengan un frenesí de principio a fin.
Ah, y sobre la increíble velocidad de la vida contemporánea, justo ayer salió en el New York Times un artículo interesante (http://www.nytimes.com/2008/12/27/opinion/27warner.html), escrito por Judith Warner, que describe (creo que bien) el mundo moderno como "our online, on-call, too-fast A.D.D.-ogenic world". Y llega a una conclusión atractiva: "I have long thought that a life so frenetic and fractured that it drives “neuro-normal” people to distraction, leaving them sleep-deprived and exhausted, demands — indeed, screams for — systemic change".
En fin. ¡Que el afán no nos impida leer Joyce!
Amén, jajaja.
ReplyDeleteCreo que ya estamos en el "Futuro"; el presente dejó de existir para muchos. ¡Qué pesar! Es una actitud muy whack-off con todo y con todos: "Salgamos de esto rápido. ¡Siguiente!"
¿Te acordás de lo que me demoré en devolverte White Noise? Fueron meses. Allí obviamente no era por obligarme a leer partes mamonas sino por disfrutar y apreciar casi cada frase pero, por ejemplo, Wuthering Heights es uno de mis libros preferidos y hay pedazos que no me matan del placer y que aún así le dan su ritmo particular a la novela (además de estabilidad y fuerza). Y, así fueran superfluos, ¿no fue así como quiso la autora que fuera el libro? Chévere poder decir "no me gustó ese pedazo" en vez de no saber qué decía.
Fede, qué rico que tengás blog. No puedo esperar a leer lo que sigue de Obituarios :D!
Bueno, yo voy en defensa de Dedalus, me parece que el capitulo 3, un soliloquio de Stephen D, es una de las maravillas modernas de la literatura universal.
ReplyDeleteCrappillo, me imagino que tu defensa de Dedalus se debe a mi afirmación sobre su "capacidad singular para producir tedio". Comparto tu apreciación por el capítulo tercero del Ulises. A mí me encanta la novela, aunque no niego que Dedalus después de un rato ya me pone impaciente. Tal vez lo expresó mejor Joyce cuando dijo que si no acababa el Ulises rápido iba a terminar ahogando a Dedalus en un río. Es que esa angustia adolescente, y además pedante... No obstante, la técnica con la que Joyce maneja el texto se merece muchos elogios. Y habiendo dicho eso, creo que el pupilo de Joyce terminó por superarlo, y en la técnica de "stream of consciousness" me parece más magistral el Beckett de la Trilogía que el Dedalus de Joyce. Aunque, bueno, es cuestión de gustos.
ReplyDelete