Juliana Restrepo, La corriente


Juliana Restrepo, La corriente. Medellín: Angosta Editores (2016), 131 pp.

Llegué a este libro porque leí el cuento de Juliana Restrepo en la antología Puñalada trapera y quedé convencido de que era una voz muy prometedora: una buena narradora que había presentado a la antología un cuento nada sobresaliente. En busca de esa promesa, llegué a La corriente. La edición que preparó Angosta, tal como la de Criacuervos, es muy bonita, desde el papel hasta el diseño. Los cuentos no me entusiasmaron igual.

Sigo viendo aquí una narradora refrescante, poco convencional, dotada de un lenguaje desenfadado y buen sentido del ritmo. Encadena las palabras en ciempiés divertidos y pega las palabras y se salta las comas y brinca idiomas y omite palabras que no se necesitan para comunicar el mensaje y lanza neologismos sin perder el aliento. Algunos ejemplos:
— “Me llamo Camila Santamaría Cock; segundo apellido: pene-en-inglés” (p. 37).
— “Una gorda blanca care-Europa-del-Este nos recibe con unos dedos gordos blancos de Europa del Este pegados a un brazo grueso que dobla el mío” (p. 127).
— “está… la vieja esa grandota que atiende y yonosecuántos rones” (p. 43).
— “había cuatro palmeras gigantes maiamescas” (p. 29).
— “Y me imagino que él me mira y yo tengo más calor en los hombros —y menos él abrazándolos” (p. 122).
— “en este sótano sudoroso de la calle Maracaibo con la carrera Córdoba, aprendí yo el verbo bailar-con-un-negro. Y quise desaprender el verbo bailar, que con un blanco es tan soso tan frío tan despegado tan asocial” (p. 44).

Por la cita final, vemos que la narración es ágil y refrescante, pero claro que no está exenta de prejuicios. Y varios prejuicios salen orgánicamente de la sociedad que ella retrata una y otra vez en estos cuentos: las élites colombianas, dadas a brincar sin esfuerzo de español a inglés o francés y de Colombia a Europa a Miami. Élites armadas de casas verano, tropas de empleadas de servicio (“muchachas” es el término usual en el libro) e hijos que rumbean con desfreno y sin consecuencias. Élites que, como en el cuento “1997”, terminan codéandose ocasionalmente con la mafia, especialmente en la época que retrata el cuento. El único asomo que noté de algo parecido a una crítica es este momento de “Clases particulares” en el que la profesora observa a la empleada de servicio: “Me da la impresión de que no sabía cómo tratarme, si del lado de los suyos, los empleados, o del lado de los patrones” (p. 111). De los libros que he leído, este debe ser el que de manera más impoluta y despreocupada ofrece un retrato de las élites colombianas.

Ese no es mi problema con los cuentos de La corriente. Hay cosas del estilo que a veces me provocan dudas: ¿a quién le habla la voz de este cuento?, ¿por qué explica quién es esta persona?, ¿por qué no escogió un personaje que trajera una perspectiva más fresca a lo que pasó? Aun así, la narración es muy buena. Pero lo que falta son sucesos. ¡Que pase ALGO, por favor!

Claro, alguien podría defender el libro diciendo que así es la vida, tal cual, así que Restrepo es un as por lograr transmitir semejante dosis de realidad efectivamente. Tal vez. La literatura es subjetiva en extremo, pero a mí no me gusta la ficción en la que nada pasa. No estoy solo en eso, y lo he dicho aquí varias veces.

De los talleres de escritura han salido toneladas de papel que siguen un molde semejante al de La corriente (un libro que no me sorprende que al parecer salió de talleres de escritura, como se ve en la página de agradecimientos al final).

Hay varios cuentos en los que casi paso algo. El texto termina justo ahí donde vendría la escena difícil, la verdadera escena dramática, como la posible muerte de Dominique en “Rojo garancières” o la decisión de Paula frente a su matrimonio en “Las promesas” o el affair entre la profesora y su alumno (o el papá de su alumno) en “Clases particulares” o el romance entre la narradora y Alberto en “Frustración geométrica”. En los cuentos hay pistas sobre lo que se viene, de esas pistas sugerentes que complacen mucho a los talleres de escritura, pero se quedan cortos del verdadero reto, que es escribir la escena difícil, la escena de máxima tensión, la que recordaremos diez años después cuando pensemos en el cuento.

Si Restrepo logra romper esos moldes, y no escribir el tipo de cuento que es buenísimo para discutir en un taller de escritura (no niego que he tomado varios), sé que haría cuentos increíbles. Los seguiré esperando. Sigue siendo una narradora prometedora.

Y hay un cuento que da fe de eso, no solo de la promesa, sino de la realidad, de su talento. Para mí es el mejor cuento de la colección: “Cuchitril”. Recibe su fuerza dramática de un encuentro que tiene la narradora con alguien que fue su amante sesenta años antes. Ella se escribe una carta a sí misma, a la versión de sí misma que tuvo el romance con ese hombre, y en la carta resume su vida, con puntos altos y bajos, con pasión, con dolor, con alegrías. Es muy bueno.

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