El libro electrónico al rescate de la literatura en español (2)

Continúo con lo que empecé en la entrada anterior.

No quiero decir que la literatura electrónica vaya a salvar a todas las editoriales, o que el número de escritores profesionales con ingresos dignos se vaya a multiplicar. Es más, hay preocupaciones legítimas sobre la forma en que se han asentado los ebooks. Sin embargo, la literatura digital sí puede acercar a cantidades de lectores a muchos libros antes imposibles de conseguir. Y también puede producir nuevas fuentes de ingresos para los escritores. La pregunta es cómo dirigir esos ingresos hacia los autores.

Se han desarrollado algunas adaptaciones a los cambios en el acceso a la literatura. Dos de ellas las ha implementado un escritor puertorriqueño, José Borges; para la primera, usaré como ejemplo a Carlos Castillo Quintero, un escritor colombiano.

Carlos Castillo tiene un libro de cuentos llamado Carroñera y otras ficciones perversas. Cuesta entre 10 (portada blanda) y 16 (portada dura) dólares. Más los fletes, y ya sabemos el problema que pueden representar los fletes. Estos ejemplares impresos del libro se venden por Lulu y, por estar en Lulu, al menos ya los libros se pueden obtener —en principio— desde cualquier lugar del mundo. Pero ese mismo libro de Castillo, en versión electrónica (un archivo en PDF), vale 2 dólares. Cero fletes, cero tiempo de espera, cero impacto ambiental por el papel y el transporte y demás. Sumémosle a eso que el precio es tan atractivo que uno se puede debatir entre comprar ese libro o un dulce.

Es más, últimamente me ha dado por decir que, si siguen las tendencias actuales, la literatura se va a dulcificar: la gente comprará libros como compra dulces. No lo digo ni con histeria ni con júbilo. Creo que para allá va la cosa… si no es que ya es así para muchos compradores de libros, y la tendencia simplemente se va a profundizar. Tal vez por eso a mucha gente le preocupa poco que un libro pueda desaparecer del Kindle, como de hecho puede pasar. Los dulces se comen y sólo sobrevive la experiencia que uno tuvo con el dulce. El libro se consumiría y únicamente sobreviviría la experiencia de leerlo. Pero suficiente sobre eso. Vamos a Borges.

La primera de las estrategias de José Borges es una invitación honrosa. En su blog, pone a disposición varios de sus cuentos y luego nos invita a hacer la donación que consideremos apropiada. La estrategia es ingeniosa, aunque no creo que sea suficiente para financiar una carrera profesional. En otros contextos, podría generar lógicas interesantes. Si hubiera aplicado ese criterio a las antologías que reseñé hace poco, hubiera pagado con entusiasmo por dos de los cuentos, y con menos entusiasmo por seis o siete más.

Aquí viene la segunda estrategia de adaptación: Borges ahora vende, por 99 centavos de dólar, uno de sus cuentos para el Kindle: “El desahucio - un cuento de Santurzi”. Basta entrar a Amazon y descargarlo.

Nuevamente, con una estrategia como esa, se podrían generar lógicas virtuosas. Por ejemplo, el cuento nos tendría que atrapar desde el sample, o de lo contrario no seguiremos leyendo. Así, en el inicio el cuento no sólo se juega la atención del lector, sino la posibilidad de cualquier compensación. Es el modelo que hoy impera en la música, pero aplicado ingeniosamente a los cuentos.

Borges no está solo en esto. Fernando Trujillo Sanz, un autor a quien yo no conocía, vende por Amazon tres de sus “historias”. (¿Cuentos? ¿Novelas cortas? La extensión es difícil de determinar). No hay ninguna razón para creer que otros no van a seguir esta ruta. Y es exactamente lo que debería pasar.

Con obstáculos de menos (geográficos, económicos), se facilitaría la labor de llegar a los textos que ansiamos leer. Por ejemplo, si las obras de Pedro Mairal estuvieran disponibles en Lulu o en Amazon, yo compraría una tras otra. Puede que esto no lo vuelva rico, pero seguramente yo no sería el único que, con clics en vez de billetes en librerías, le ayudaría a un buen escritor a recibir ingresos con los que no hubiera contado. Y así, además, el archipiélago literario de América Latina podría fusionarse.

No quiero terminar con una nota tan optimista. Porque hay un riesgo en todo esto. El problema con la calidad de los cuentos sigue ahí, pero no es una novedad del formato electrónico. El riesgo con la nueva tecnología es que la calidad literaria empeore aún más y que el cuidado de la edición sencillamente se derrumbe.

Ahora cualquiera puede atacar un teclado dos horas, hacer un par de clics y vender su cuento en Amazon. Es más, la accesibilidad de la publicación digital puede convertir ese proceso en una tentación irresistible (hablé algo de eso en las conclusiones de La agonía del cuento). Un buen escritor, acostumbrado a dejar que los textos se enfríen, y acostumbrado a hacer las revisiones rigurosas que un buen texto necesita, puede también sucumbir y cargar textos crudos a Internet. Si lo hace suficientes veces, ya no podremos tomar una obra de ese autor con la seguridad de que va a ser buena.

Y así el problema del escaso acceso a los textos buenos puede mutarse en el lío de saber escoger entre las millones de posibilidades que se abrirán. Pero prefiero buscarle una solución a ese problema. Ya es hora de que la literatura en español se meta de lleno con la literatura digital.

Comments

  1. Federico, le sumo una pieza a tu rompecabezas:

    El acceso a los textos no se soluciona con poner un enlace en la red. Las herramientas de publicación se han ido refinando y están al alcance de todos con un cierto nivel de ingresos y conocimientos. Además son muy baratas. Sin embargo, las herramientas de distribución (en el sentido de poner el libro frente al lector potencial para que lo compre) y de marketing siguen controladas por una élite.

    Para que yo me interesara por uno de estos libros de cuentos que mencionas (que desde México cuestan 2.99), necesito primero saber que existen, luego que me interese el tema, que tenga un método para comprarlos, etc. Para eso se necesita toda una red de intermediarios que no es barata ni sencilla de usar.

    No digo que esos intermediarios "baratos" no puedan existir, pero ahora no existen. Por ejemplo: Me compro casi todos los libros que llegan al Top 10 de The Millions, porque esa lista es una garantía de satisfacción. Pero no existe un equivalente a The Millions en español y quizá ni siquiera exista esa red de lectores que hace posible ese sitio.

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  2. René: Gracias por tu comentario. En lo que dijiste destaco dos puntos, ambos valiosos y ninguno de ellos tratado con suficiente detalle en esta entrada:
    (1) La creación de textos digitales se ha democratizado, pero la distribución sigue controlada por ciertas élites editoriales.
    (2) Conocer de un texto disponible en Internet requiere de una intensa labor de distribución.

    Estoy de acuerdo con ambos. La promoción parece ser la que manda en el mundo digital. Promoción por cualquier medio: web clips de Gmail, Google ads (que ahora están en todo lado), publicidad tradicional, etc. No basta con subir algo a Internet y se acabó el problema, porque empieza otro: hacer que la gente, entre la vorágine de cosas que reclaman su atención, lo encuentre. A eso aludí al final de la entrada, sin resaltar, como bien lo hiciste, el grave problema que representa.

    Se necesitarían estructuras como las The Millions para que el boca a boca se convierta en movimientos significativos que llamen la atención sobre textos buenos. No será fácil edificar eso pronto en el mundo hispanoparlante.

    Pero, a pesar de que hablé de millones de potenciales lectores en la entrada, lo que quería resaltar no era una nueva industria editorial digital que destrone o absorba a la actual de papel, sino la posibilidad de que, si alguien me recomienda un libro, o si quiero leer más obras de cierto autor, tenga acceso a esa literatura. Esa posibilidad ya debería existir. Más adelante se podrían tejer redes más estables de recomendaciones, al estilo de Goodreads o The Millions. Pero lo importante, al menos por ahora, es que la literatura llegue a quien la quiera leer. Serán ingresos marginales, seguro, pero incluso ante una industria editorial tan arraigada y multicéfala como la que hoy existe, ¿qué porcentaje de los autores de hecho viven de su literatura? La opción digital será marginalmente buena para ellos, y sustancialmente buena para sus lectores. No obstante, con la explosión en escritores profesionales que hay ahora, en algún momento el enorme mercado de lectores que ha permitido el enriquecimiento sin precedentes de los escritores en la modernidad tendrá que fragmentarse hasta que, para la enorme mayoría, la escritura sea principalmente una pasión. Pero ese es otro tema.

    Mejor dicho, tenés razón. Hay que pensar bien cómo hacer que más gente llegue a la literatura buena. En el océano de información que hay, a veces uno necesita curarse contra el dolor de cabeza de saber que tanta cosa buena, verdaderamente buena, trata de llamar nuestra atención. Cierro con una frasecita algo macabra de Myers: "Every new book we read in our brief and busy lives means that a classic is left unread".

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