La agonía del cuento
El cuento está muerto. El cuento ha pedido la extremaunción. El cuento agoniza. Un espectro persigue a la industria editorial: el espectro del cuento. El cuento no vende. Con los libros de cuentos, se pierden el tiempo del autor y los recursos de la editorial. Publicar cuentos es una mala idea.
Etcétera.
Argumentos como estos resuenan todos los días. Una de las colecciones más ambiciosas de cuentos en español publicadas recientemente, los cuatro volúmenes de Pequeñas resistencias, recoge muchos testimonios de esta situación crítica. Por ejemplo, en el primer volumen, el escritor Felipe Navarro dice que “sólo somos los cuentistas quienes nos leemos unos a otros” (p. 412). Casi todos los editores de los distintos volúmenes repitieron ideas semejantes: a los cuentistas les dan la espalda en las editoriales, es difícil que un cuentista profesional se mantenga. De hecho, Pequeñas resistencias empezó como un proyecto en defensa del cuento, con todo y manifiesto.
Puede que las visiones pesimistas tengan razón. La pregunta que debemos hacernos entonces es por qué el cuento no vende, por qué sufre una fría recepción en las editoriales, por qué tanta gente lo evita a la hora de comprar un libro. Los dedos casi siempre apuntan hacia los editores insensibles o el público insensato. Pero, al ver la gran mayoría de los cuentos que se publican hoy día, los principales culpables son los autores mismos.
Los buenos cuentos venden. Los buenos cuentos atrapan a los lectores. ¿Por qué Cortázar sigue vendiendo y los seguidores de sus cuentos parecen exceder en número a los de Rayuela? Porque los de Cortázar son cuentos bien construidos, bien pensados, bien narrados.
Claro, la situación no es tan fácil como la he hecho parecer: ¿qué es un buen cuento? ¿Qué es un cuento atractivo para editores y lectores? No me atrevería a ofrecer respuestas concretas. Pero, como dice Noah Lukeman, hay trampas en las que usualmente caen los escritos débiles, y debemos evitar esas fallas como si fueran una plaga de mangostas.
Quizás lo primero es la trama. La longevidad de ciertos textos, y la popularidad de otros, tienden a demostrar que los lectores buscan historias fuertes, historias que los desvelen y que los obliguen a contárselas a otros. También está el lenguaje. Las oraciones fallan por tantas razones, y solemos encontrar ejemplos abundantes de estas falencias cuando nos paseamos por una antología de cuentos. Corregir con ímpetu esos dos aspectos por lo menos rescata a los cuentos de los errores más flagrantes que los apartan de lectores y editores.
No ayuda la ausencia de una industria del cuento robusta en español que obligue a los autores a depurar y depurar sus cuentos con el propósito de llegar primero a una revista literaria y, mucho después, a una antología. Muchos de los cuentos publicados que leemos en español tienden a nacer primero dentro de una antología personal del autor. Eso nos priva como lectores de la sana competencia que fomentan las revistas. Esa competencia tiende a producir las adaptaciones que son vitales para alcanzar a públicos más amplios y también más exigentes.
Ahí está la idea que propongo, entonces: en el mercado para los cuentos en español abundan textos que necesitan reposar más, que necesitan más revisiones, que necesitan entenderse mejor con los lectores. Es por eso que el cuento no se abre más campo en las editoriales. En las próximas dos semanas, haré comentarios de seis antologías (incluidas las cuatro de Pequeñas resistencias). Espero que, al terminar, se justifique la osadía que tuve al culpar a los cuentistas por la anemia que experimentan los cuentos en el mundo editorial. Ya me he referido en el blog a otros libros de cuentos, que sirven como sustento adicional para estas ideas.
Aquí habrá hipervínculos a todas las antologías a las que me referiré, que son estas: Pequeñas resistencias (uno, dos, tres, cuatro), Los centroamericanos y Se habla español.
El cuento es mi género favorito y ya he participado en esta discusión sobre la responsabilidad por la falta de oferta entre autores-editores-lectores. Es como una carencia identificada, sobrediagnosticada, pero que nadie quiere resolver. Los autores dicen que no escriben cuentos porque las editoriales no los publican, las editoriales dicen que no los publican porque los lectores no los compran, y los lectores dicen que no los compran porque no los encuentran. Voy a estar pendiente de tus comentarios a ver si le encontramos nuevas luces al asunto.
ReplyDeleteSobre el blog, me gusta mucho el rediseño. Más que la parte gráfica (¿la imágen es Cali? estoy adivinando, no tengo idea) la organización de las entradas anteriores en secciones me parece buenísima. Yo sigo pasando por aquí, a leer y a releer. Quería que lo supieras, aunque no siempre comente, para agradecerte por mantener vigente un punto de lectura que me ha llevado a muy buenos encuentros.
Tal vez el mercado de los cuentos no esté en los libros sino en las revistas (y de rebote, en antologias de cuentos ya lidiados en publicaciones periodicas).
ReplyDeleteA mi, como a Mónica, me gusta mucho el género. Me hice lector oyendo cuentos (esas es una ventaja del genero, que se le puede leer a la gente, a los niños sobre todo)y muchas de mis lecturas favoritas son cuentos (que me dice de don Borges o de los cuentos se Chesterton).
Sin embargo, no sé por qué, odio leer los cuentos que vienen en revistas.
Perdón por la incoherencia del comentario
Hola. Conozco el dos de pequeñas resistencias que es el verde que recoge cuentos centroamericanos; en general a mi me gustó: recuerdo a Carmen Naranjo y al judío, de Costa Rica, a los salvadoreños Menjívar y Escudos y que los que menos me gustaron fueron los panameños. Espero seguirlo leyendo, en últimas que se publiquen o no libros de cuentos es cuestión de negocio para los editores y ego para los autores; el que quiera que le lean pues que escriba y los cuelgue, para eso es el 2.0 ¿o no? Saludos a ud. y le reitero mi oferta de marras para cuando se pase por los dos mil 600 más altos del tercer mundo.
ReplyDeleteMonica, Apelaez y Carlos: Bienvenidos por acá nuevamente. Qué bueno leerlos.
ReplyDeleteLes cuento que esta serie de comentarios aparecerá primero en Hermano Cerdo (a partir de aquí). Los textos luego vendrán al blog.
Coincido con Mónica y Apelaez: el cuento es mi género favorito, aunque sea un reto editorial organizar los cuentos de una manera atractiva para los lectores. Creo que las antologías múltiples son la mejor solución. Cuando funcionan bien, los resultados son excelentes. Notarán que escribo cantidades de reseñas sobre cuentos en el blog. Aunque muchas de ellas son críticas (y hasta quisquillosas, me han dicho), no cazo cuentos para criticar. En cambio, escribo sobre cuentos precisamente porque me encanta el género, y siempre estoy buscando cuentos excelentes, como este de Saunders.
Mónica: Estoy de acuerdo con que es un problema sobrediagnosticado incluso, el del cuento en el mundo editorial. Mi principal aporte aquí es generar la conciencia de que la culpa recae sobre los autores. Y en las notas volveré varias veces sobre esto: el mayor enemigo es el afán. Los cuentos salen crudos al mercado. Por ejemplo, cuando uno lee muchas de las entrevistas a los autores de One Story, por ejemplo, uno ve que se tardan meses y en ocasiones años para pulir un cuento. Kaplan describe muy bien lo demorado y exigente que debe ser este proceso en su libro Revision. Si hubiera más paciencia para publicar, más tiempo en el taller del orfebre que apuro por entrar la mercancía a la joyería, creo que tendríamos muchos mejores cuentos. Y el problema es contagioso: dado que muchos escritores suponen que el mercado de los cuentos es lánguido, escriben cuentos aburridos, pero de un estilo fino, que tiene en mente sólo a otros escritores y no a un público lector más amplio. Se vuelve un círculo vicioso.
Mónica (2): Gracias por tus comentarios sobre el nuevo diseño del blog. Se había convertido esto en una jungla de entradas, y con esas páginas quise darle orden. Qué bueno que te haya gustado. La foto podría ser de Cali (la carretera al mar tiene vistas semejantes), pero es de un bosque que se llama Toro Negro.
A propósito, Mónica, hace un tiempo te quería pedir un favor, pero no sabía cómo contactarte. Si no te molesta, dejame tu email a través de un comentario, y en lugar de subir el comentario te respondo por correo.
Apelaez: No me parece incoherente tu comentario. Las revistas son un excelente mercado para los cuentos. Mirá por ejemplo Zoetrope, que vive de eso (y le va bien). El problema es que en español no hay muchas. Y si las que publican cuentos ocasionales les ceden el espacio a ex ministros con súbitas ansias literarias, no es una sorpresa que te disguste leer cuentos de revistas. Pero bueno: incluso en The New Yorker desatinan, como comenté alguna vez.
Carlos: Curiosamente, en ese volumen verde, dedicado a Centroamérica, encontré el mayor número de cuentos que me gustaron. Hay uno en particular que me pareció fantástico, aunque no lo incluiste entre tus preferidos. Es un reto conseguir esas antologías. Por fortuna, Amazon me tendió la mano y encontré las cuatro. Vale la pena leerlas. Le dedicará una entrada a cada una.
Gracias, Carlos, por renovar la invitación para cuando vaya a Bogotá. Te confirmo que recibí tu dirección de correo electrónico. Es más confiable la comunicación por ese medio para cuando el viaje se avecine.
Actualización: Justo hoy descubrí un artículo escrito por el editor del Virginia Quarterly Review, Ted Genoways, y publicado aquí en Mother Jones. Lo recomiendo.
ReplyDeleteAdemás, comparto muchas de las conclusiones de Genoways. Él las presenta a partir de su experiencia con el cuento en EUA. La carga de la culpa, dice, recae sobre los escritores mismos, que se han desconectado de los lectores. Cierro con tres citas:
"no one is reading all this newly produced literature—not even the writers themselves. And with that in mind, writers have become less and less interested in reaching out to readers—and less and less encouraged by their teachers to try."
"But the less commercially viable fiction became, the less it seemed to concern itself with its audience, which in turn made it less commercial, until, like a dying star, it seems on the verge of implosion. Indeed, most American writers seem to have forgotten how to write about big issues—as if giving two shits about the world has gotten crushed under the boot sole of postmodernism."
"young writers will have to swear off navel-gazing in favor of an outward glance onto a wrecked and lovely world worthy and in need of the attention of intelligent, sensitive writers. I'm not calling for more pundits—God knows we've got plenty. I'm saying that writers need to venture out from under the protective wing of academia, to put themselves and their work on the line. Stop being so damned dainty and polite. Treat writing like your lifeblood instead of your livelihood. And for Christ's sake, write something we might want to read."