Un desencuentro
Un escritor me contó hace poco que fue jurado en un concurso de libros de cuentos. Eran cinco jurados, y participaron más de 150 libros. Cada jurado recibió unos 30 libros, y en una semana tenía que escoger cinco. Y esta fue su confesión honesta: dado que eran 30 libros de más o menos 200 páginas cada uno, era imposible leerlos todos en una semana; por lo tanto, si había alguna frase desastrosa en la primera página de un libro, o algo particularmente débil, el libro quedaba inmediatamente descalificado. Puede parecer antirromántico o injusto, pero en las condiciones del concurso me pareció hasta sensato el método.
Decidí ponerlo a prueba con un libro de cuentos ya publicado. Lo seleccioné al azar en una librería: la colección de cuentos Desencuentros, del chileno Luis Sepúlveda (Barcelona: Tusquets [1997]). El primer cuento se llama “El último faquir”; está disponible aquí. No sé si se deba considerar una frase desastrosa, pero esta, la segunda frase del cuento, me quitó casi todas las ganas de seguir leyendo: “Nadie puede decir que usted tuvo otro amigo mejor que este que ahora le habla chupándose las lágrimas, y aunque fueron pocas las personas que nos conocieron, yo creo que todos se percataron de ese cariño inmenso que se dejaba notar así, despacio, como se expresa el verdadero cariño de los hombres” (p. 11). ¿Chupándose las lágrimas? No me gusta, pero no quiero universalizar ese disgusto: tal vez sea un chilenismo. El resto de la frase, bueno, me gusta aún menos.
El cuento es un monólogo de una persona que se despide de un amigo que fue compañero suyo en el circo y a quien ayudó a volver famoso convirtiéndolo en un intrépido faquir. Pero el amigo resultó demasiado “porfiado” (lo dicen varias veces), y muere en el intento de tragarse un sable. El amigo le está hablando al difunto, y declarándole su amistad. Ni en trama ni en lenguaje me impactó este texto.
Pero no había que ser tan apresurado. Dicen que las colecciones de cuentos guardan sus mejores textos para el principio y para el final, así que me dirigí al último cuento del libro: “Otra también puerta del cielo” (no lo encontré en Internet). El texto es una entrada de diario escrita en París, el 12 de febrero, y es además un homenaje a Cortázar, desde el epígrafe (una frase de Cortázar) hasta los personajes con los que termina (Polanco y Calac), pasando por la fecha del diario (Cortázar murió un 12 de febrero). La voz narrativa recuerda frases aisladas de distintos escritores (Onetti, Borges, Eco). El texto también se dirige directamente al lector (“Usted quiere que le hable en lenguaje de escritor de cuentos” [p. 235]). Este tipo de metaficción se mezcla con referencias y personajes literarios que colonizan los espacios imaginativos del texto. Al final, el narrador les regala a escondidas algunos francos a Polanco y Calac, pero cuando sale a buscarlos ellos han desaparecido: “Ni rastro de los dos hombres, tragados quizá por quién sabe qué otra secreta también puerta del cielo”.
No me entusiasmó este segundo cuento, y, si fuera jurado, aplicando el método que me contó el escritor que mencioné, hubiera pasado al próximo libro. ¿Terriblemente injusto?
Me quedé pensando si se trata de una cuestión de justicia o de sensatez, o mejor, de experiencia. Quiero decir, difícilmente un libro que empieza mal mejora luego, y en el rarísimo caso en que suceda, igual ese mal principio ya lo descalifica como el mejor --excepto si los demás participantes del concurso son peores--. Incluso si los jurados tuvieran todo el tiempo del mundo y los libros por calificar fueran pocos, aplica un refrán (creo que es muy paisa) que dice "desde el desayuno se sabe lo que va a ser la comida".
ReplyDeleteEn las editoriales pasa más o menos lo mismo, desde las primeras páginas se sabe cuáles libros son trabajables y cuáles no, lo que pasa es que por disciplina uno procura leerlos enteros para entregarle una evaluación más acertada o mejor, más detallada al autor.
Así que no, pienso que no es terriblemente injusto, sino sabiamente práctico.
Mónica: Gracias por el comentario, y tenés razón: entre más experiencia tenga el lector, más efectivo será ese método de evaluación por muestreo. Claro, la experiencia permitirá reconocer las graves fallas al inicio de un libro, de las cuales es difícil recuperarse. Muy apropiado el refrán paisa.
ReplyDeleteHace un tiempo me referí a un editor que pontificaba que, al leer en voz alta la primera y la última páginas de una novela, ya sabía si era publicable. Ese método me parece un poco exagerado. Hay novelas de aguante, no de piruetas o de pólvora, y un acercamiento afanado como ese impediría apreciarlas.
En el caso de los libros de cuentos, al menos unas páginas del primer y del último cuentos, si uno va a ser jurado. Si uno va a ser disciplinado, entonces --como dijiste-- hay que leérselo todo. Aunque hay libros y textos que a uno le parecen francamente impotables, como me pasó con ese cuento de Nam Le que se llama "Cartagena".
Sospecho que esas fallas tan evidentes que sobreviven en muchos textos inéditos se debe a falta de revisión... y de distancia. Es increíblemente sensato dejar pasar unos días (ojalá unos meses) antes de hacer una revisión comprehensiva de un texto, pues así salen a relucir las fallas que se habían camuflado por la proximidad entre el texto y el autor.