Apostasía del culto a los escritores


Hace un tiempo alguien me dijo que evitaba los eventos de escritores, porque prefería leer a los escritores y no tener que conocerlos. Quien me lo dijo es un escritor. Ayer precisamente tuve la oportunidad de comprobarlo.

Desde hace varios meses no asistía a eventos de escritores: tal vez el último fue la terrorífica conferencia en la que todos los miembros del público resultaron ser poetas hiperpublicados (y desconocidos); un poco antes, estuve en el Hay (que incluyó un recital de poesía algo desencantador). Y no es que hubiera perdido el interés en esos eventos (hace tan sólo unas semanas estaba consultando la programación del festival de The New Yorker). Ayer, en cambio, me llevé una impresión muy distinta, que confirmó lo que me había dicho ese escritor.

El evento de ayer reunió a dos autores conocidos. Los entrevistó una persona reputada en el campo del periodismo cultural. Del público no brotaron preguntas bochornosas, ni soliloquios de elogio propio, ni nada semejante. El evento marchó bien. Los escritores fueron elocuentes. Les hicieron preguntas sobre sus técnicas para escribir, sobre cómo creaban sus personajes, sobre formas de evitar reproducir en sus escritos las obras que leían. El conversatorio duró hora y media. Hubo aplausos al final, y la gente abandonó la biblioteca en filas muy organizadas. Sin embargo, al salir me sentí visceralmente comprometido con no volver (al menos no gustosamente) a ese tipo de eventos.

Lo que me disgustó, y mucho, fue el endiosamiento de los escritores. Ese es el común denominador de estos eventos. La gente rinde pleitesía, se develan misticismos poco camuflados, se genera un culto por la psiquis milagrosa de ese creador que se sienta desarmado de su lápiz frente al público. Se avivan ciertos sentimientos entre los asistentes, e incluso muchos escritores llegan a creerse la adoración que les profesan (algo que puede generar serias distorsiones en su personalidad). Creo que hay dos cosas que motivan ese tipo de eventos.

La primera es el culto romántico a la figura del artista. Vivimos aún bajo la sombra del romanticismo, que veneraba el genio artístico, la originalidad, la creación. (En cambio, ¿quién se imaginaría a Shakespeare, que ni firmó algunas de sus obras, que tomó prestadas casi todas sus tramas, que era un gran mercader de su escritura, hablar trepidante acerca de sus procesos creativos?) Esta veneración romántica se tornó incluso más marcada en los siglos XIX y XX, cuando el avance de la secularización hizo que los espacios de la religión se coparan con los espacios del arte. De esta forma, millones de personas, que antes adoraban los elementos sagrados de la religión, convirtieron a los artistas en los sacerdotes de la nueva religión del arte. Todo esto lo recuerda muy bien Margaret Atwood en Negotiating with the Dead (“Throughout the nineteenth century, the perception of the artist’s role shifted: by the end of it, he or she was to serve this mystic entity—Art with a capital A—by assisting in the creation of sacred space, as contained within the borders of the work of art itself”).

Lo segundo que motiva estos eventos es la comercialización. Estos actos son estupendas formas de mantener vigentes a los escritores ante los clientes potenciales, y de esa forma promover las ventas. En muchos casos se venden los libros directamente en el evento, con el valor agregado de que el escritor los firma. Hay autores que gastan más energías mercadeándose en estos actos que escribiendo libros que valgan la pena. Aclaro que, como estrategia comercial, no creo que esté mal; si yo manejara una editorial, probablemente organizaría cosas así. Lo que realmente me molesta es la explotación alegre de una desenfocada reverencia por los escritores.

Curiosamente, uno de los autores del evento tuvo una reacción muy apropiada ante esa reverencia. Cuando la conversación se dirigió hacia el tema de los escritores como vehículos de los dioses, y cosas semejantes, este escritor tomó el micrófono y llamó a la calma. Dijo que no, que él no se consideraba un agente de los dioses al escribir. Lo consideraba un talento, puesto al servicio de un oficio. Tal como en los deportes hay gente con grandes talentos, y se esfuerzan por aprovecharlos, así dijo que hacía él con su escritura.

Muy lúcido, me pareció. Claro, todos los top performers suscitan cierta admiración, desde el gran intérprete de la gaita hasta el experto podador de bonsáis. De esa admiración por todos los grandes exponentes de su arte u oficio se nutre el libro de Malcolm Gladwell que ha puesto el término outliers en boca de tantos. Volviendo al caso concreto de los escritores, claro, es fascinante leer entrevistas que nos enriquezcan la apreciación por la obra de cierto autor, o que nos den una mejor percepción del contexto en el que escribió. (Como las famosas entrevistas del Paris Review, o este muy interesante artículo sobre David Foster Wallace). Pero una cosa es admiración y otra es veneración. Los eventos literarios tienden a enfocarse en lo segundo. Y en ese sentido creo que es sano profesar algo de apostasía, y concentrarse en leer los escritos que nos gusten.

Comments

  1. Je: Ya lo veo en unos años asistiendo a esos eventos como panelista.

    Preguntas: ¿Usted por qué fue a este en particular? ¿Qué esperaba encontrar?

    A mí me parece que, en este momento, es inevitable la explotación de esos sentimientos entre la gente por parte de las editoriales. Habrá algunos que sepan hacerlo mejor que otros pero el objetivo último siempre es el mismo: reforzar el culto. Los escritores se han convertido en parte del producto porque todo lo vendible debe ser vendido, o aprovechado. La oferta editorial es demasiado amplia como para que alguien se pueda dar el lujo de abstenerse de jugar con esas herramientas. Incluso la reclusión de ciertos autores se convierte en otra excusa para la adoración.

    Personalmente, esto que describe me parece inofensivo. Incluso me parece beneficioso en tanto que contribuye a incentivar la lectura. Si algún escritor termina creyéndose Dios, es probable que eso vaya en detrimento de su imagen pública. Por ejemplo, Rodrigo Fresán tiene una fama de petulante terrible y a mucha gente que lo ha visto en esos eventos le cae mal al nivel de simplemente no volver a leer sus libros.

    La verdad, hay que ser un muy buen hijo de puta para que la hijueputez a flor de piel refuerce una admiración.

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  2. Javier: Al evento fui por una combinación de curiosidad (uno de los escritores presentes era alguien de quien había oído grandes cosas), ingenuidad (se me había olvidado la dinámica de ese tipo de eventos, y en realidad en un lanzamiento reciente no tuve una mala experiencia) y solidaridad (alguien cercano a mí tenía que ir, por otras razones).

    Estoy de acuerdo con que esos cultos se han vuelto un mecanismo casi inevitable de mercadeo, para generar algo llamativo en un océano de publicaciones que buscan lectores/compradores. A mí sí me parece un poco molesto (tal vez hasta ofensivo), porque buscan hacernos llegar a los libros por las razones equivocadas. Claro, es bueno que la gente lea, pero reforzar el mito es una manera un poco simplista de hacerlo, y es hasta nociva para las percepciones de ciertos lectores; hay otras maneras.

    A propósito, aunque sea elevada a nivel de mito, la reclusión de Pynchon me parece genial. Entre otras, él quiere que la gente se concentre en sus textos (no en él), alejándolos por ejemplo de las lecturas psicológicas simplonas (ah, claro, escribió esto porque su mamá era así, o su papá era así). No sabía eso de Fresán, pero claro que requiere ingenio mantener la admiración en medio de eso. Y sobre el caso de las distorsiones a las que me referí en el texto, creo que es difícil encontrar un video más ilustrativo que este. (Bueno, este le compite).

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  3. También existimos los envidiosos mezquinos como yo, ¿conocen los escritores de la generación Soho?, ahi estan incluidas todas esas peladas que son bonitas y que escriben muy bien (un poquito petulante eso si) en la revista de literatura de acá (arcadia), tambien estan otros manes ahí con sus nuevas novelas, pues los envidiosos pensamos sin conocerlos que son unos creidos insoportables que se creen Garcia Marquez.

    Cuando en realidad puede ser que ese "culto" no sea motivado por ellos ni por la gerente de mercadeo de sus editoriales, es posible que ellos tambien valoren sus obras en forma tranquila y sensata, pero aun asi los envidiosos los odiamos, sería un culto a la personalidad creado por los que odiamos y criticamos el culto a la personalidad.

    La hijueputa envidia es una cosa complicada, por favor Federico excusame este autor que no es de libros sino de decretos, y creo que sinceramente esta relacionado con lo que quiero decir, pero por ejemplo yo creo que uno de los grandes pecados de Andres Felipe Arias (a quien odio con todo mi corazon) es ser rico, inteligente y exitoso.

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  4. Federico, personalmente estoy en contra de la sacralización de la literatura y la lectura. Creo que la importancia de popularizarla admite (y a veces incluso requiere) la adopción de todo tipo de prácticas que pervierten esa idea de que hay maneras (o razones) correctas e incorrectas para leer. Para mí ninguna excusa es mala.

    De cualquier manera, ese tipo de eventos son de asistencia voluntaria. Quien quiera va, así como usted fue. No le veo nada de ofensivo, francamente. Las editoriales no está imponiendo en sus lectores esa visión de la mitificación del escritor, sino que están aprovechando la necesidad de la gente de mitificar las cosas que consumen. Es antes medio milagroso que personas tan poco interesantes como los escritores (y con tan poco público, si los comparamos con las grandes figuras mediáticas y recordamos los niveles de analfabetismo funcional en el mundo hispanohablante) logren también generar semejante nivel de atención.

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  5. Ah, y con respecto a los videos de Espinal, le recomiendo este texto sobre autopromoción que escribió Tao Lin y encontré casualmente hace poco.

    De nuevo en este caso prefiero ser pragmático: a mí no me gustan los videos ni el estilo del señor, pero si a alguien le gustan y gracias a ellos vende sus libros, pues bien por él. ¿Quién es uno para estar decidiendo por los demás cuáles deben ser las razones idóneas para leer un libro?

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  6. Juan David: Sí creo que hay mucha envidia entrelazada con ese culto a los escritores. Supongo que es una envidia, más que todo, al reconocimiento que algunos escritores suscitan, siendo llamados a escribir en revistas de moda y a participar en eventos atractivos. Y entiendo que te moleste la impostura que muchos de ellos asumen, al aprovechar ese reconocimiento para presentarse de todo tipo de formas grandiosas. Sin embargo, como bien lo dijiste, sí es posible que ellos, en el silencio, por fuera de la atención pública, tengan otra forma de apreciar su propia escritura. Conozco a por lo menos dos que parecieran jugar ese juego, pero en lo personal son personas muy sencillas e incluso detestan esos juegos; en cambio, conozco de otras que nunca se quitan esa máscara (hace poco puse una cita de Atwood sobre las máscaras en la que ella precisamente discutía el efecto que la fama tiene sobre algunos escritores).

    Y todo ese brillo es a veces precario. Hace unos meses me enteré de uno que fue reputado como uno de los grandes autores colombianos en los setenta: ganó premios, fue objeto de entrevistas, etc. Ahora languidece enseñando en una escuela primaria, desconocido y parece que rodeado de problemas. Hacer una carrera de las letras es bien difícil en el mundo hispanoparlante.

    El caso del autor de decretos que mencionaste es otra cosa. Eso que te despierta envidia él lo ha llegado a tener de una forma tan rápida y mediática que creo que va a pasar largos años obligado a demostrarle de todo a todo el mundo (u obligado a negar muchas cosas). No creo que sea una posición envidiable.

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  7. Javier: Sí, es en realidad otra estrategia de ventas, finamente adaptada a los patrones de consumo actuales. Sí, la asistencia a esos eventos es voluntaria. Y sí, es milagroso que los escritores despierten esas pasiones (ayer vi This Is It, y le ayuda a uno a recordar lo apasionada que puede llegar a ser la gente por las figuras del espectáculo).

    Sin embargo, todo ese empuje del marketing me sigue pareciendo, no sé, incómodo. Claro, lo digo en primera persona, así que no creo que los videos de Espinal deberían estar prohibidos ni mucho menos; tampoco creo que mi desacuerdo con Tao Lin sobre la autopromoción se base en verdades eternas. Entiendo y hasta aprecio el pragmatismo en esos asuntos. Es más, repito que si dirigiera una editorial probablemente organizaría eventos como aquel al que asistí. Pero no creo que todo valga en los asuntos del comercio, ni que la meta debería ser sólo maximizar las ventas. Y aun desde esa perspectiva muchas estrategias escandalosas pueden ser contraproducentes: conozco hordas de lectores que no se acercarían a los libros de Espinal luego de haber visto esos videos; hay premios que espantan (mucha gente evita los libros ganadores del Planeta como si se tratara de la peste). En últimas, tenés razón en que el mercado necesita buscar distinguir a la gente, y estas son todas formas de hacerlo. De hecho, la introducción del nuevo BASS 2009 habla precisamente sobre la importancia de los premios y las antologías para darles visibilidad a autores importantes, que de otra forma no la tendrían. Es difícil no estar de acuerdo con eso.

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  8. Excelente, Fede. Hace meses no miraba un blog pero tu artículo valió la pena (de hecho, no hubo tal pena).

    Pues mirá, como te decía, creo que hay una confusión ridícula entre el creative artist y el performing artist. El talento puede venir de donde sea (ya sabés que yo sí creo en los dioses así que no pienso que sea fortuito ni en matemáticas ni en culinaria ni en horticultura ni en estrategia militar). Pero un cuento, una novela o el artículo de un blog son para leerlos, de pronto comentarlos un poco, y ya. Uno juraría que la gente no escribe con el fin de hablar acerca de sí mismo en un auditorio. Rarísimo. Por eso detesto los reality shows, un chef hablando de sus emociones al cocinar, un deportista hablando del trote... ¡qué aburrimiento! La comida es para comérsela, un cuadro para mirarlo y ya.

    No conozco muchos escritores. Para mí escritor sos vos, es Isabel, y ninguno me parece pretencioso. Son personas ingeniosas que comunican muy bien sus ideas por escrito. No faltará quien quiera escribir con el propósito de ser escuchado al hablar. Esto es típico de la gente, con o sin vocación para la escritura. Simplemente, a muchos les encantaría afianzar su importancia personal (pueden ser vendedores de Amway, políticos o amas de casa). Los tres deseos más comunes de la gente son: dinero, poder y fama. Fama. ¿Para qué quiere alguien ser famoso? Algunos querrán sentirse especiales, otros enaltecidos. El reconocimiento por un trabajo bien hecho es agradable para todos, creo yo. El engrandecimiento personal es una trampa del ego y sólo acrecienta la sombra.

    Volviendo al tema del escritor (compositor, dramaturgo, guionista, pintor) endiosado: atribuirle la inspiración a la divinidad no es lo mismo que creerse un dios. Al contrario. El primer artista se considera un canal, el segundo está expresando un complejo de Zeus ("yo, dios creador"), lo sepa o no.
    En cuanto a las expectativas del público, de pronto se espera que el escritor hable porque, a diferencia del escultor, está comunicando ideas que pertenecen (supuestamente) a un universo lógico. Por eso siempre entrevistan a quien compone las letras en un grupo musical. Entrevistar a alguien que escribe exclusivamente partituras o compone solos de guitarra sería enfrentarse al mundo del inconsciente y muy pocas personas sabrían qué preguntar. De todos modos, es un error creer que el escritor (de libros, letras de canciones, poemas) pueda decir algo de utilidad cuando, precisamente, su obra no es útil sino una fuente de entretenimiento, a menos que haya escrito un manual. Útiles los consejos de los Fab 5, de Martha Stuart o de un nutricionista.

    Hoy en día los escritores no sólo te entretienen por medio de la obra, deben entretenerte en vivo. ¿Sabés qué es eso? Convertirse en bufón de la corte. Muy bueno cuando de eso se trata el oficio, como en el caso de quienes se dedican a la interpretación musical, o en el caso de bailarines y actores de teatro (artistas escénicos). Ellos lo saben y esa fue su elección. Para ellos la relación directa con la audiencia es de suma importancia porque su talento verdadero sólo puede apreciarse a través de su desempeño en vivo. Necesitan el escenario y necesitan el aplauso del público.

    Por otra parte, la audiencia del escritor es el lector: la comunicación entre ambos se entabla en el momento en que el lector abre el libro y debería terminar cuando lo cierra (punto final, pa-dam-pam). Algunos escritores son grandes oradores. Brillan hablando (a veces más que escribiendo) y les encanta hacerlo. Dichoso Tom Robbins que no sufre llevando la máscara del escritor. Todo es cuestión de escenario y hay personas que sólo están felices cuando están sobre él, así el tablado sea imaginario. Para otros, en cambio, no puede haber nada más tedioso que hablar acerca de una obra escrita. Además de todo el tiempo que se invierte en ordenar esas ideas para que sean leídas, tener que hablar de ellas es como para sentarse a llorar.

    "¡Así son las cosas, chak-chak-chak!"

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  9. Caro A.: Perdón por no haber respondido antes, pero han sido meses de muchos deberes.

    Has ofrecido un análisis muy interesante que pone de relieve los principales problemas asociados con este tema: el ego, el culto, el culto al ego, la transformación de un oficio de recogimiento en uno de apertura histriónica. Todos esos son elementos esenciales al acercarse a esta forma en que asumimos la literatura hoy.

    Resalto mucho aquello de "hoy": hace cientos de años los artistas no tenían ningún problema en transmitir sus obras sin siquiera imprimir su nombre. No por hacerlas en el silencio del anonimato dejaban de hacerlas: por ejemplo, casi todo el arte egipcio, de todas las estirpes, es anónimo. Igual con muchas otras culturas. Claro, una enorme cantidad de factores nos separan de ese tipo de relación con el arte, entre ellas --protagónicamente-- el romanticismo. En sus entrañas podemos encontrar buena parte de nuestra forma de asumir ese catálogo de elementos que señalaste elocuentemente en tu comentario.

    Hemos hablado de esto antes, pero en últimas creo que se trata de sentir suficiente fascinación por la escritura (por cualquier arte) como para escribir aunque nunca nadie vaya a celebrar al autor por haberlo hecho. Ahora al arduo trabajo de hacer un escrito lo sigue el arduo trabajo --y de otra naturaleza-- de mercadearlo de todo tipo de maneras, algunas de las cuales pueden imponer máscaras desfigurantes. Pero bueno, ese es el mundo que nos tocó vivir. Y no es del todo malo: ahora al menos hay gente que puede vivir enteramente de escribir, algo que antes era muy difícil salvo que uno fuera un rico hacendado o un afortunado cortesano (de cualquier tipo de corte: duque, emperador, rey). Si uno lo sabe aprovechar, y si el sueño de uno es poder escribir y leer lo máximo posible, entonces este nuevo orden de cosas puede ofrecer ciertas ventajas.

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