No muy amante de Todos los Santos
Mes (autoproclamado) del cuento, entrada número 25.
Desde hace un tiempo le tenía curiosidad a Los amantes de Todos los Santos, una colección de cuentos de Juan Gabriel Vásquez, publicada por Alfaguara en 2008. El libro recibió buenos comentarios. Además, me atraía el hecho de que la narración se apartara de la temática de la violencia que es tan recurrente en las letras colombianas. Terminé el libro hoy, y en realidad no me puedo declarar amante de Los amantes de Todos los Santos.
Lo vi como un libro de transición. El autor se tornaba evidentemente mejor en cada uno de los siete cuentos que componen la antología: dentro de ese espectro, al primero no lo considero antologizable (un ejercicio literario de un escritor que prueba voces narrativas) y el último tampoco llegó a ser una obra maestra. Los últimos dos textos son claramente más robustos, más maduros, y muestran destrezas técnicas y sutilezas narrativas casi ausentes en los demás. Pensando en una hipotética antología de cuentos, como lo sugerí al final de una entrada anterior, creo que el penúltimo (“Lugares para esconderse”) sería un buen candidato.
Las tramas se desarrollan en Francia y Bélgica. “El regreso” describe el retorno a la casa familiar de una mujer solitaria que fue condenada a décadas de prisión por asesinar a un ambicioso pretendiente de su hermana. “Los amantes de Todos los Santos” muestra un matrimonio agónico, en el que el esposo (un cazador, como muchos personajes del libro) termina escapándose una noche del hogar (en un acto de infidelidad, como muchos en el libro). “El inquilino” pasa a otra relación tortuosa, esta vez causada por un romance de la esposa con un amigo del esposo; un acto trágico durante una cacería trae viejas tensiones a flote. “En el café de la Republique” presenta a un señor que, al verse enfermo, le pide a su ex esposa (a quien él abandonó unos meses antes) que lo acompañe a visitar a su papá, un viejo reportero que tiene un temperamento difícil. “La soledad del mago” retrata un romance entre un mago y una mujer embarazada, que asciende hacia un clímax estrepitoso e ingeniosamente sorpresivo. “Lugares para esconderse” describe la visita casual que hace un escritor a la casa de unos amigos en Bruselas; en esa noche, le toca acompañarlos en el dolor por la muerte de un familiar. “La vida en la isla de Grimsey” narra un amorío entre el muy desorientado hijo de un famoso jinete y una mujer que es experta en caballos (los castra, los duerme) y que carga mucho dolor por la muerte de su hija; hay discusiones religiosas, y un final bien manejado.
Muy pocas de estas tramas son realmente impactantes o cautivantes. Eso no es necesariamente un defecto. Los cuentos podrían ser fuertes en su lenguaje o en su estructura. En ambos aspectos tienen debilidades, especialmente en el lenguaje.
Empiezo por aclarar que, sin lugar a dudas, hay frases buenas y descripciones acertadas. Por ejemplo, al descubrir algo que sucedía al escondido, un personaje “temió que el pasado comenzara a transformarse” (p. 78). Un personaje enfermo dice despreciar a “los demás niños que veía en la calle, limpios y sanos, irresponsables de su cuerpo” (p. 97). Al ver una trucha moribunda, el narrador dice que “imaginaba la intensidad del dolor y la maravilla de unas facciones […] en las que el dolor es invisible” (p. 153). Finalmente, me gusta la manera en que el último cuento describe a un meteorólogo que presenta pronósticos sobre Francia en televisión: “Movía los labios, pero no decía nada, porque abajo de Francia, entre Niza y Marsella, la palabra Mute le ordenaba silencio” (p. 184).
No obstante, las frases que me molestaron fueron más frecuentes que las que me gustaron. Un ejemplo: “Madame Michaud no estaba sola en la casa, pero la otra presencia no se hubiera delatado ni por todo el oro del mundo” (p. 21). ¿Alguien puede pensar en una comparación más cliché que “por todo el oro del mundo”? El siguiente caso recurre a un lenguaje artificialmente pesado, que pierde la armonía con la narración circundante: “El salón era un inmenso ejercicio de mímesis: nada en él probaba que Zoé tuviera gustos propios, menos aún caprichos decorativos” (p. 40).
Los problemas más recurrentes fueron las comparaciones. Al autor le encantan las símiles, pero no siempre las usa con acierto. Algunas veces simplemente no comunican muy bien la idea. En un momento emotivo, cuando una trucha está agonizando por fuera del agua, el narrador dice: “el pez todavía doblándose en su puño cerrado, dando boqueadas como un enfermo de asma” (p. 153). Si al menos dijera un ataque de asma, pero la referencia sosegada a un enfermo de asma le resta mucha contudencia al pasaje.
Y hay otras que, bueno, mejor lo muestro con ejemplos: “nadie entendía que desperdiciara los veranos vagabundeando por las tres hectáreas como un gato que orina para marcar su territorio” (p. 15); “me llegaban los ruidos mínimos de Zoé, que se movía por la casa como un ratoncito” (p. 43); “Vivianne me pone una mano en el pecho, delicadamente, como si levantara a un pajarito del piso” (p. 117); “su mano derecha se dio la vuelta en el aire como una salamandra muerta sobre el pavimento” (p. 126); “El flujo de la sangre [en la bañera] era […] la tinta de un pulpo en pleno escape” (p. 209). ¿Como un gato que orina? ¿Como un ratoncito, un pajarito, una salamandra muerta, un pulpo en pleno escape? Este tipo de imágenes abundan en los cuentos de la colección, y me sorprendió que llegaran a la versión impresa. En los cuentos posteriores, incluso las malas metáforas —aunque siguen siendo débiles— se cargan de sentido, al resonar con otras preocupaciones: “La furgoneta reposaba junto a la acera como un caballo anestesiado” (p. 213).
Otro detalle sobre el lenguaje. Los personajes casi siempre hablan en francés, aunque los leemos traducidos al español. Dada esa convención, me parece injustificado que el autor presente caprichosamente algunas palabras directas del francés, como merde (p. 32), conasse (p. 153), Trop tard (p. 153), Mais que faites-vous (p. 161), Ah oui (p. 212). O bien presentemos los diálogos franceses del todo en francés (como hace Franco en Melodrama), o que sean del todo traducidos (¿acaso en español no hay mierda o muy tarde?). El capricho con el que se ejecuta esta alternancia da la sensación de ser un descuido o un acto de pedantería.
Estos problemas no me dejan declararme fanático del libro. Sin embargo, como lo dije, creo que es un libro de transición, y la prosa del autor fue mejorando in crescendo. Esto (además del hecho de que la compré hace unos meses) me da suficiente interés para leer la novela tan sonada del autor: Los informantes. Más adelante, por fuera de los confines de este mes del cuento, la comentaré.
Me contaron que en la última edición de Harper's hay una reseña de Los Informantes. Parece que no sale muy bien librada.
ReplyDeleteJavier: No pude encontrar la reseña en Internet, pero la buscaré en una librería. Gracias por el dato.
ReplyDeleteNo es tan malo, en realidad. Me lo habían pintado mucho peor:
ReplyDeleteThe endless paeans to good American behavior in World War II hide the brutal but obvious reality that war rarely brings out the best in people. Juan Gabriel Vásquez’s INFORMERS (Riverhead, $25.95) shows the devastating effects of that war on a single family in Colombia, a country seemingly at a safe distance from Hitler and Stalin. The novel revolves around the laws promulgated against Germans in Colombia, which resulted in the expropriation of much of their property and their internment in a strikingly named town near Bogotá, Fusagasugá.
That distant era comes uncomfortably close to a young Colombian writer and journalist, Gabriel Santoro, when he publishes a collection of interviews with an old friend of his father’s, a Jewish refugee from Germany who has spent her life in Colombia. The seemingly anodyne book provokes a fierce reaction from his father, a well-known public-speaking guru also named Gabriel Santoro. For no reason apparent to his son, Gabriel Sr. starts making cutting remarks designed to get back to Gabriel Jr. (“The book is original and good, but what is good is not original and what is original is not good.”) The whisper campaign culminates in a scathing review signed, just so that no one would fail to make the connection, “G.S.” The mystified son tries to make sense of his father’s behavior, an attempt that unearths his father’s despicable, and long since forgotten, conduct during the war.
The Informers is a dramatic and surprising novel featuring an array of eccentric characters, but its central premise is implausible. It would be easy enough to believe that the pompous Gabriel Santoro Sr. had committed any number of indiscretions—sexual, political, financial—but one cannot believe both that he is a great rhetorician and that his implosion would come thanks to such a calculated public outburst, which could only draw attention to the past he had invested so many years in burying. It’s too much to suggest that this man, of all people, does not understand the power of words.
Javier: Sí, aunque ataca la premisa central del libro, la reseña no es tan crítica. Tocará leer la novela, en todo caso. Gracias por conseguirlo.
ReplyDeletePasé a desatrasarme de tus comentarios de la semana pasada y me alegra haber leído los cuentos antes de esta reseña, porque no queda muy bien parado el libro; no invita mucho a agarrarlo.
ReplyDeleteA mí me sigue gustando. Noté algunas de las fallas que mencionas pero no me molestó tanto --excepto las palabras en francés, que encontré innecesario--.
En todo caso, Vásquez me parece un buen narrador y también quedo antojada de leer Los informantes.
Mónica: Bueno verte por acá de nuevo. Creo que el libro no es malo, pero requería un lector honesto que sugiriera unas buenas incisiones en el texto antes de publicarlo. El primer cuento de la colección debió ser omitido (dicen que las colecciones deben abrir y cerrar con los cuentos más fuertes, y el cuento de apertura de Los amantes no ayuda). Hay muchas fallas con el lenguaje, como las que señalé, que pudieron ser sanamente corregidas antes de llegar a la imprenta. Están esas palabras totalmente innecesarias en francés, y también los epígrafes, que eran tan tenues que parecían actos de pedantería. Si hubieran quitado todo eso, y algunos otros pequeños descuidos narrativos, a mi juicio sería una obra más fuerte. Los últimos dos cuentos ya muestran una voz más madura. Si los hubiera leído aisladamente, mis comentarios generales hubieran sido más elogiosos. Por eso me parece interesante ver qué pasa con Vásquez en las obras posteriores.
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