El nuevo cuento latinoamericano

La industria del cuento norteamericana es enorme (antes me he referido a algunas de sus manifestaciones): Best American Short Stories cada año, Best Nonrequired Nonfiction cada año, Pushcart Prize cada año, docenas de revistas trimestrales (como McSweeney’s, Zoetrope: All-Story y Kenyon Review), One Story, Black Lawrence Press, etcétera. Un poco embriagado con eso, fui a la librería más grande de San Juan y pedí una buena antología de cuentos en español. Me mostraron un manojo con cuentos traducidos al español, pero yo quería cuentos escritos en español. Encontré un gran total de una: la que hoy reseño, El nuevo cuento latinoamericano, publicada por Norma en el 2009. Está disponible parcialmente en Google Books, aquí. Antes de que me lo digan, claro que existen otras antologías. Sólo que no las había.

El adjetivo “nuevo” en el título es sencillo de explicar: los doce cuentos fueron publicados en el siglo veintiuno, bien sea por autores jóvenes (Samanta Schweblin) o por autores mayores (Tomás González). Algunos cuentos ya fueron publicados, como los de Pedro Mairal y Daniel Alarcón. Por lo menos uno de ellos fue ganador del Juan Rulfo (“Dochera,” de Edmundo Paz Soldán, en 1997). Uno de ellos es una traducción (el de Daniel Alarcón, un texto distinto a aquel al que me referí hace poco). Hay autores de distintos países: Bolivia, Chile, Cuba, Ecuador, Guatemala y Perú. Argentina, Colombia y México repiten, con dos cuentos cada uno.

Pensé en seleccionar un solo cuento que me encantara y describirlo aquí. Pero terminé de leer el libro anoche y, aunque hubo uno que me gustó mucho, preferí optar por un decoroso collage.

A mi juicio (subrayo esto), hubo tres defectos recurrentes en los textos reunidos en este volumen (con excepciones). Al primero de esos defectos llamémoslo lirismo. Le digo así porque es típico de la poesía usar todos los recursos del lenguaje, incluso palabras recónditas que el DRAE mismo describe como “poéticas” (por ejemplo, undívago). Claro que no toda la poesía lo hace, pero, al escribir así, uno escribe en abstracto, como si el narrador fuera la conciencia misma del lenguaje. En cambio, creo que la narración, especialmente cuando tiene un narrador determinado, no puede darse ese lujo. Cualquier brote lírico debe estar plenamente justificado por la credibilidad y algún otro propósito. Algunos de los cuentos de la antología tenían pasajes escritos en abstracto, con arrebatos que no armonizaban con el texto. ¿Es creíble que alguien piense así, como este narrador bogotano del cuento de Julio Paredes?: “En algún momento imaginé, con irrazonable envidia, a Doménico al frente suyo, dominado por una voluptuosidad febril. Me sorprendió la idea de que todo ese exagerado conjunto de glándulas y papilas pudiera ser la mitad secreta que reanimara la hermosa materia que, con creciente sospecha, vislumbraba en la piel de Catalina” (p. 152). Casi todo el cuento es así. Algo semejante le critiqué hace un par de días a “The Valetudinarian”.

El segundo defecto recurrente es la glosa. Muchos de estos cuentos explican demasiado. Glosan, cuando deberían dejar que la fuerza de los diálogos y las descripciones hagan (casi) todo el trabajo. El que más cae en esto es el cuento de Eduardo Halfon, que narra una conversación del narrador con su abuelo, un sobreviviente de Auschwitz. Casi sin falta, cada vez que el abuelo habla, el narrador comenta algo así: “Calló de nuevo y me pareció que su discurso era como un sosegado oleaje. A lo mejor porque la memoria es también pendular. A lo mejor porque el dolor únicamente se tolera dosificado” (p. 93). En el cuento de Guadalupe Nettel hay otra conversación con un anciano, y en lugar de decir algo tan sencillo como “El viejo sonrió como un niño”, aparece la siguiente glosa: “Como pasa a menudo con los viejos, su expresión tenía algo infantil, de quien permite todavía que el mundo lo sorprenda” (p. 114). Es una glosa aforística que considero fuera de lugar. Yo hubiera podado mucho de ese tipo de comentarios en esos textos, para que sean más sutiles las caracterizaciones y más ágiles las descripciones.

Al tercer defecto digámosle la narración. Algunos de estos cuentos contaron historias que nunca me lograron interesar, y cuyo uso del lenguaje no me asombró. Es el caso del texto de Tomás González, que me pareció una madeja que el escritor nunca se esmeró en deshilvanar. También me sucedió con el texto de Gabriela Alemán. El de Alberto Fuguet tiene una buena historia para contar, pero lo pudo haber logrado en la mitad de las páginas. El texto de Edmundo Paz revela a un escritor con oficio y talento, pero la historia se deshace en detalles que parecen propios de diarios de cultura del siglo dieciocho. (Después de esto, a uno ya no lo pueden sorprender los ganadores del Juan Rulfo). El de Samanta Schweblin va por buen camino, pero creo que las escenas de violencia no fueron suficientemente crudas y tarantinescas; además, el final fue demasiado lleno de justicia poética para mi gusto.

Destaco tres cuentos. El de Ena Lucía Portela (“Huracán”) tiene buen ritmo y buen tono, pero pudo haber sido un muy buen cuento de menos páginas. Mejor aún me pareció el de Pedro Mairal, “Hoy temprano”, que narra con destreza el tránsito por la vida de una persona usando el tránsito a una hacienda. (El Peugeot 404 al que alude Mairal al principio parece hacer una sutil referencia a ese famoso cuento argentino, “La autopista del sur”). En mi primera lectura me gustó mucho más que en las posteriores, pero merece sólidamente estar en la antología. Está disponible aquí.

El cuento al que me le quito el sombrero (perdonarán el juego de palabras) es el de Juan Villoro, “Mariachi”. Parece de una especie aparte. Es muy gracioso, y además rico en descripciones y detalles. El cuento gana coherencia con ciertas imágenes recurrentes (los tomates, por ejemplo) y el tono desenfadado es un gran logro. Las críticas culturales funcionan: la virilidad, la identidad mexicana, el canibalismo de estrellas en el cine. El orden alfabético reservó este cuento para el final del libro, y cierra por lo alto la colección. (Una versión previa, inferior a la de la antología y no muy bien presentada, está aquí).

Una antología futura podría hacer muy buen uso de “Mariachi”, de “Hoy temprano” y de “Huracán”. Pero también debería abrir espacios para autores con propuestas frescas. Tendríamos una antología no sólo nueva sino además novedosa. En general, un buen escrutinio editorial también les haría bien a los cuentos seleccionados. Un obstáculo es no contar con una industria del cuento que, con sus múltiples niveles de revisión (revistas, luego “bests of”, luego antologías personales), termina generando textos cada vez más fuertes. 

Comments

  1. Hace poco leí Los amantes de Todos los santos , de Juan Gabriel Vásquez. A él también lo incluiría yo en esa futura antología.

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  2. Le tengo curiosidad a ese libro, Mónica. Gracias por recomendarlo.

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  3. Respetando tu extenso, erudito y bien intencionado comentario sobre la "calidad" de los textos, yo me atrevo a pensar hoy, que también se podría escribir para no lectores. Mejor dicho, debería haber algún escritor quijotesco que pensara en cautivar con sus escritos a aquellas personas del común que se han perdido toda su vida el placer de leer y una de las razones es porque no saben analizar con erudición un cuento o una novela o ni siquiera saben la diferencia entre ambos.
    Pienso que al común de los mortales, se nos debía permitir leer como cuando vemos un cuadro de algún pintor famoso y nos emocionamos ante él, sin saber a qué escuela pertenece, cuándo vivió y/o murió, etc. etc. Una vez atrapados en esta red, de leer por el placer que genera una historia o la emoción que despiertan algunas frases, entonces se podría pasar al segundo nivel: ilustrar al lector en las distintas escalas de erudición de la escritura. Enseñarle a descubrir los trucos del autor, abrirle el horizonte a la riqueza académica que encierra la lectura.

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  4. Anónimo: Creo que estamos de acuerdo. Tal vez el lenguaje que usé generó una impresión equivocada. De hecho, en otras entradas he comentado con algo de preocupación la tendencia de escritores que escriben sólo para escritores. (La cita de S. King en esta entrada es relevante, y el primer párrafo de esta entrada [en inglés] se refiere brevemente a lo mismo).

    Yo creo que los escritores deben escribir para escritores, pero no sólo para escritores. La distinción es importante. Un buen texto debe hablarle al no lector que mencionaste, pero también al experto u obsesivo que busca otro tipo de cosas en sus lecturas. Ciertamente hay escritores que parecieran dirigirse antes que nada a otros escritores (David Wallace es el primer nombre que me viene a la mente). Pero el público, creo, tiene que ser más amplio. (Un profesor en la universidad siempre me decía que un escritor tenía que responderse muy honestamente para quién escribía; con el tiempo llegué a valorar la importancia de esa observación).

    Lo que busqué hacer en este comentario, más que una reflexión académica, fue explicar por qué me gustaron muy poco algunos de estos cuentos, mientras otros bastante más. Podríamos cambiar los términos que usé por términos distintos: en vez de lirismo, podríamos decir que suena feo o que parece demasiado artificial; en vez de señalar deficiencias de la narración, podríamos decir que el texto es aburrido. Esta entrada fue sólo una aproximación personal (subrayé aquello de que era "a mi juicio") a la antología: lo que me gustó y lo que no me gustó. Dejando todo eso a un lado, recomiendo el cuento de Juan Villoro con los ojos cerrados. Creo que gustará tanto entre lectores como entre no lectores.

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  5. "Ciertamente hay escritores que parecieran dirigirse antes que nada a otros escritores (David Wallace es el primer nombre que me viene a la mente)."

    Estoy completamente en desacuerdo. Wallace, tanto en cuentos como en ensayos, prefería escribirle, en mi opinión, al hombre común. Esto es muy claro en las crónicas y tal vez un poco menos claro en la ficción porque en la ficción jugaba muchisimo más en términos formales.

    Lo que pasa es que Wallace le escribía al hombre común con nivel de respeto poco usual que la gente confunde con pedantería. Wallace era todo menos condescendiente con sus lectores.

    Lo que sí es cierto es que Wallace es uno de esos créditos que a los escritores les gusta añadir a su lista de preferencias porque se ve bien y sirve para conversar en los cocteles a los que van.

    Bolaño y Vila-Matas me parece que son muchísimo más escritores para escritores que Wallace. Aunque, como Wallace, también gozan de una gran audiencia.

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  6. Javier: Debí ser más preciso en lo que dije, aunque eso es lo que pasa cuando uno dice el primer nombre que viene a la mente. Debí decir Infinite Jest es la primera novela que me viene a la mente. Te voy a ser sincero: no conozco a ningún no-escritor a quien le podría regalar Infinite Jest sin que lo considerara poco menos que un insulto. Es más, estoy seguro de que de igual forma la recibirían algunos de los literatos y escritores que conozco. Es una novela de full commitment, y eso normalmente no lo emprende "el común de los mortales", como dijo Anónimo en el comentario al que le respondía. Como dijo en el crítico Jonathan Culler hablando de los escritores de la Modernidad: la suya fue una literatura para ser estudiada, no para ser leída. (Pensemos en The Waste Land, por ejemplo, o en Finnegans Wake: es literatura para clases de literatura, aunque ambas obras me gusten). Creo que esa distinción también aplica a algunos de los escritores más experimentales de la actualidad.

    Ahora, la popularidad de estos escritores que mencionaste es testimonio de lo grande que es, a pesar de todo, el mundo de los lectores, porque hay lectores para ese tipo de literatura también. En la lista de esos escritores más bien exóticos, y cuyas novelas no le regalaría a ningún no-literato, incluyo a Pynchon (cuya nueva novela provocó reacciones apasionadas, como librerías abriendo el 3 de agosto hasta las 12:30 de la noche para poder empezar a venderla en esos primeros treinta minutos del 4 de agosto). Si bien el ensayo introductorio de Slow Learner es escrito con una sencillez ejemplar, la literatura de Pynchon no es así, aunque me encante. La mayoría de la gente no le tiene tiempo/paciencia a eso. Y es eso lo que tenía en mente cuando sugerí a Wallace. Tus aclaraciones son válidas y bienvenidas.

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  7. Uhm. Sigo en desacuerdo e insisto: me parece que IJ es muchísimo más una novela "para lectores" que "para escritores" (lo mismo aplica a Pynchon). Es exigente y difícil y juguetona, pero eso no la vuelve "para escritores". Lo que pasa es que algunos escritores (o prospectos de) son también lectores (y sin duda la lectura de IJ es pedagógico en más de una manera para alguien interesado en escribir). Creo que un carácter fundamental de las novelas "para escritores" es el esfuerzo por glorificar y engrandecer el oficio literario y crear mitologías de escritores heroicos. Infinite Jest no tiene un sólo escritor en la norma dentro de su larga lista de personajes.

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  8. Javier: Ah, ya veo perfectamente cuál es la raíz del desacuerdo, que no es un desacuerdo en realidad. Estábamos usando las expresiones en distintos sentidos, es todo. Notarás que en mis respuestas anteriores vacilaba entre "escritor", "literato" e incluso "experto u obsesivo que busca otro tipo de cosas en sus lecturas".

    Lo que yo pretendía contraponer era, por un lado, el "lector por placer (y no más)", y, por otro, el lector que busca placer, sí, pero además y tal vez principalmente quiere apreciar la técnica. El primero es el lector mayoritario al que se refiere King en las palabras que cité. Lo segundo es lo que a uno le enseñan en clases de literatura, y lo que algunos lectores habituales se autoenseñan. Claro, un escritor muy frecuentemente estará atento a esto segundo, ya que buscará nutrirse de la técnica que ve en los textos. Mirá que esa fue la distinción que trazó Anónimo, y es a ella a la que respondí.

    En ese sentido, creo que estaríamos de acuerdo en que Infinite Jest es un libro para quienes están más interesados en la técnica (incluso, para lectores que quieren el esfuerzo de pasar por una novela de más de 1000 páginas, incluyendo casi 100 de notas). Ayer hice la prueba de mostrársela a una persona graduada en Literatura y me dijo que nunca --jamás-- se la leería. Una persona que lea por placer creo que preferiría otros grandes escritores, como Coetzee, que escriben más breve y cuyo hábito de lectura requerido no se parece tanto al estudio académico.

    Ahora, recordando tu distinción, de los escritores que privilegian al escritor en su ficción y que me gustan, el primero que me viene a la mente es Joyce... y desde que se hizo famoso ha sido más valorado que leído (ni siquiera sus donantes se leían sus novelas enteras).

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  9. Los extractos que sacaste de varios cuentos son excelentes ejemplos de cómo no escribir. Tu defensa de los cuentos buenos es convincente y en general tu nota confirma lo que he notado yo también y es que no hay mucho cuento bueno por ahí, hay cuentos competentes, regulares, pero no muchos de antología, digamos, como es usual encontrar en las revistas gringas.

    Esto de aquí, sin ánimo de joder, me pareció un poco evidente y afecta la credibilidad de lo dicho antes: "Algo de Javier Moreno, de Mauricio Salvador, de Javier Cozzolino". A mi también me gusta Hermano Cerdo, pero ¿citar a los tres y sólo a ellos?, en especial porque llegué a tu blog por un link en el sitio de Hermano Cerdo.

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  10. Juan: Gracias por el comentario. Estoy de acuerdo con tu apreciación general sobre la sequía de cuentos sólidos y de fácil acceso en español. Caería muy bien que hubiera más órganos de difusión en español para motivar una sana competencia.

    Ahora, entiendo tu observación final. Para efectos de mi recomendación, es una desafortunada coincidencia que ellos tres formen parte del equipo editorial de HermanoCerdo. Pero propuse esos nombres a plena conciencia. Creo que los tres son buenos conocedores de esa superabundancia de cuentos del mundo anglosajón, y han sabido aprovecharla para generar textos novedosos en español. Cada uno de ellos tiene por lo menos un cuento que debería formar parte de la hipotética antología que mencioné. Desde luego que no creo que ellos tres son los únicos antologizables. De los aquí reseñados, Villoro me gustó especialmente, seguido de Mairal, y me gustaría leer otras cosas de Schweblin y de Portela. De generaciones previas, claro que Cortázar tendría un espacio, García Márquez, algo de José Luis González. Con Cozzolino, Moreno y Salvador quería destacar tres autores jóvenes y con propuestas frescas. No obstante estas aclaraciones, tu crítica sigue siendo muy válida. ¿Tenés alguna recomendación particular?

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  11. Jéssica Clark, Catalina Murillo, Alí Víquez, Alexánder Obando, Luis Chaves, de Costa Rica (algunos nombres más te puedo dar, claro está).
    En cuanto a los errores, pues sí es molesto el lirismo en algunos pasajes, cuando no debe ser usado, pero las construcciones exageradas y sobrecargadas bien pueden formas buenos cuentos. Ni muy sencillo ni muy barroco.
    En cuanto a la historia que pueda interesar, ya eso sí cae casi exclusivamente en el terreno de las preferencias personales: hay de todo para todos los gustos posibles.

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  12. Sentenciero: Estoy de acuerdo con el elemento de subjetividad en cualquier apreciación, especialmente en términos de la historia. Muchos cuentos que me encantan ofrecen muy poco en términos de la historia. También estoy de acuerdo con que el lirismo puede ser bien usado, incluso muy bien usado. Pero requiere mucha destreza. Es un arma con la que es más fácil cortarse uno mismo. Gracias por los nombres sugeridos, y por el comentario.

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  13. De acuerdo con las recomendaciones de Sentenciero. En Nicaragua Peñalba es bueno, en Guatemala Ronald Flores, Francisco Alejandro Méndez, Maurice Echeverría, Javier Payeras.

    Yo iba a decir, pero luego me olvide, que esos ejemplos deliciosos de como no escribir, son indefendibles porque se les ven los defectos de falta de balance y sobrecarga a todos. Sin emabargo, la glosa y el "lirismo" son válidos como herramientas mientras mantengan la consistencia dentro del texto. O sea, el texto monta sus propias reglas de juego y mientras las partes del texto cumplan con esas reglas, todo se puede hacer y todo esta permitido.

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  14. Juan: Gracias por complementar la lista de Sentenciero. Los problemas de distribución son tan serios en América Latina (incluso dentro de un mismo país, como Colombia) que muchas veces uno resulta incomunicado. Hace un tiempo recordaste estos problemas de distribución en tu blog, y con razón.

    Estoy de acuerdo con que la glosa y el lirismo son métodos válidos. Pero es fácil perder el control con ellos, y muchas veces producen textos con un lenguaje gastado y exánime. Se me ocurre The Hours como un ejemplo de un libro con un lirismo muy bien manejado. Y McEwan en Saturday tiene unas glosas muy bien manejadas. Son recursos, es cierto. No me atrevería a decir que siempre fallan.

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  15. Muy buenas tus reseñas.
    Si te gustó Hoy temprano, me atrevo a pensar que te podría suceder lo mismo con El café de los micros, de Gustavo Nielsen.
    Si querés podés leerlo aquí:
    http://lomioesamateur.wordpress.com/el-cuento-del-mes/el-cafe-de-los-micros-de-gustavo-nielsen/

    Saludos desde Baires,
    APG

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  16. APG: Gracias por el comentario. Y gracias por la dirección del texto de Nielsen; lo leeré allá.

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  17. Federico:
    Maestro. Parece que de algún modo estamos leyendo cosas parecidas. En Guadalajara conocí a Villoro y quedé encantado. Qué tipazo. Así que me compré tres libros de él: Tiempo transcurrido (cuentos), Los culpables (cuentos) y El testigo, el novelón. Tiempo transcurrido me gustó, pocas veces uno descubre a autores con una buena y extensa obra como para satisfacerlo como lector durante un buen tiempo. (Me recomendaron otro libro: "Safari sentimental" pero ese no lo puede encontrar ni en la FIL ni en ningún otro lado.)
    Acabé de leer El testigo, y muy satisfecho con la experiencia me puse a revisar Los Culpables. El primer cuento de Los Culpables es "Mariachi": qué joyita.

    Coincido contigo. Un cuentazo. Una historia redonda, que te engancha, bien escrita, que te deja con una serie de imágenes provechosas.
    Me alegró mucho que lo recomendaras en tu reseña.A Villoro hay que leerlo. ¿Leiste El Testigo? ¿Has leído "Chicago"? otra joyita que leí en el blog de Villoro en clubcultura. Lo compartí con mis alumnos y me hizo interesarme en conocer a Villoro en Guadalajara. Ojalá que otros cuentos de Los culpables sean tan buenos como "Mariachi". Ya te cuento. Un abrazo.

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