Los libros (y libros y libros y libros) de poesía
Dicen que estamos en una época con más poetas que lectores de poesía. Tal vez sí. Mucha gente se siente capaz de escribir un verso libre de amor o de angustia en la parte de atrás de un cuaderno. Algunos lo hacen muy bien. Pero creo que más gente se aventura con un poema que, por ejemplo, con un cuento. Tal vez porque el cuento requiere escribir más palabras. Y el número de personas que se le miden a una novela, bueno, tiende a ser menor, quizás por lo mismo.
Pero volvamos a la proliferación de poetas. Recuerdo haber estado en un evento literario en Cali el año pasado, cuyos autores invitados eran una escritora colombiana y un escritor español, ambos novelistas (protejamos sus identidades). Cuando terminaron sus presentaciones, el público pasó a hacer preguntas, y resultó que la sala estaba repleta de poetas. Uno de ellos había leído sólo una página de una de las novelas de la escritora colombiana, pero nos compartió cándidos ejemplos de su vena poética. Alguien más hizo una distinción críptica entre un verdadero escritor y un mero escribiente, obviamente introduciéndose a sí mismo en la primera categoría. Otro miembro del público, que lucía bastante joven además, dijo haber publicado casi cincuenta libros de poesía (y digo “casi”, pero creo que eran más de cincuenta). Y así se fueron levantando más y más manos de personas que tenían un arsenal de libros de poesía publicados en su currículo. Se conocían entre sí. No puedo decir si se leían.
Parece que la legión de los poetas ha sobrepasado a tal punto a la de los lectores de poesía que los foros que publican poemas no dan abasto. Una opción natural en esas circunstancias es la autopublicación. El gerente de Lulu, una de las más grandes compañías de autopublicación, dijo que han publicado la colección más grande de poesía mala en la historia de la humanidad. Hay blogs dedicados de lleno a recopilar la hemorragia de poesía mala.
No he dicho todo esto como un enemigo de la poesía. De hecho, me encanta, y soy un lector entusiasta y omnívoro (pero más que todo necrófago, lo admito) de poesía. Aquí aparece la dimensión editorial: ¿eso quiere decir que soy fanático del formato del libro de poesía? Porque claramente los poemas no tienen que venir en libros de poemas: pueden formar parte de las obras completas de un autor (para la muestra Shakespeare, por ejemplo), o integrarse en revistas literarias que publican cuentos y otros artículos (para la muestra The New Yorker).
No soy, por lo menos, fanático de libros enteros de un solo autor. Hago la excepción ante un gran poeta, como Philip Larkin o Ted Hughes, y eso que leyéndolos por sorbos muy pausados. En este género el Externado publica una ingeniosa colección llamada Un libro por centavos, donde cada edición recoge retazos de poemas de cierto autor. He leído algunos, pero no he logrado pasar de una tenue emoción con uno que otro poema. Hace unos meses leí el libro con el que el poeta colombiano Fernando Herrera Gómez se ganó el Premio Nacional de Literatura - Poesía en 2007 (el libro se llama Breviario de Santana, publicado por la Universidad Nacional), y me llevé muy pocos, aunque firmes, buenos recuerdos. En general, este tipo de textos son difíciles, tanto para las editoriales como para el público de lectores. Las antologías de poemas tienden a ser más fuertes, porque se dan el lujo de seleccionar lo mejor de cada autor. En un comentario a una entrada anterior destaqué una que me gustó: Luna nueva. Y en el mundo editorial angloparlante, las de Norton ocupan un lugar especialmente destacado.
El párrafo anterior se empieza a parecer a una entrada de hace unas semanas, cuando hablé del libro de cuentos y las vicisitudes que lo acompañan. Pero las semejanzas son más circunstanciales que intencionales. En ese momento dije que el cuento estaba a salvo, y que consideraba en graves problemas la colección de cuentos escritos por un autor desconocido. Debo confesar, por ahora, que mi opinión ha cambiado, en algunos aspectos. Pero de eso hablaré en otra ocasión.
Retomando la conexión editorial desde otro ángulo, en este mundo de poetas y no de lectores de poesía, hay un libro reciente que es una buena manera de reconciliarse con el rol de ser lectores de poesía. Me refiero a How to Read a Poem, de Terry Eagleton. Quienes hayan leído a Eagleton antes, pueden brincarse sin daño alguno los capítulos 1 y 3, y casi todo el capítulo 4. Quienes no hayan leído a Eagleton, con mayor razón. En esos capítulos Eagleton presenta su ángulo político —cada vez menos fresco y sí, más gauche caviar— que en el mejor de los casos guarda una relación oblicua con los temas del libro. Pero en el resto de la obra, Eagleton hace un despliegue excelente de las maravillas del close reading, la lectura atenta y minuciosa. Sus lecturas de Yeats y de Blake, de Eliot y de Keats, en realidad lo recompensan a uno con creces. Le hacen recordar ese extraño pero exquisito placer que implica rehusarse a leer las mil noticias nuevas y las mil obras nuevas, para enfocarse en cambio en una sola, un solo texto, y leerlo con calma, hilvanando interpretaciones sobre la rima y la métrica con lecturas juiciosas del contenido. El libro provoca no sólo escribir poemas sino leerlos.
Pero volvamos a la proliferación de poetas. Recuerdo haber estado en un evento literario en Cali el año pasado, cuyos autores invitados eran una escritora colombiana y un escritor español, ambos novelistas (protejamos sus identidades). Cuando terminaron sus presentaciones, el público pasó a hacer preguntas, y resultó que la sala estaba repleta de poetas. Uno de ellos había leído sólo una página de una de las novelas de la escritora colombiana, pero nos compartió cándidos ejemplos de su vena poética. Alguien más hizo una distinción críptica entre un verdadero escritor y un mero escribiente, obviamente introduciéndose a sí mismo en la primera categoría. Otro miembro del público, que lucía bastante joven además, dijo haber publicado casi cincuenta libros de poesía (y digo “casi”, pero creo que eran más de cincuenta). Y así se fueron levantando más y más manos de personas que tenían un arsenal de libros de poesía publicados en su currículo. Se conocían entre sí. No puedo decir si se leían.
Parece que la legión de los poetas ha sobrepasado a tal punto a la de los lectores de poesía que los foros que publican poemas no dan abasto. Una opción natural en esas circunstancias es la autopublicación. El gerente de Lulu, una de las más grandes compañías de autopublicación, dijo que han publicado la colección más grande de poesía mala en la historia de la humanidad. Hay blogs dedicados de lleno a recopilar la hemorragia de poesía mala.
No he dicho todo esto como un enemigo de la poesía. De hecho, me encanta, y soy un lector entusiasta y omnívoro (pero más que todo necrófago, lo admito) de poesía. Aquí aparece la dimensión editorial: ¿eso quiere decir que soy fanático del formato del libro de poesía? Porque claramente los poemas no tienen que venir en libros de poemas: pueden formar parte de las obras completas de un autor (para la muestra Shakespeare, por ejemplo), o integrarse en revistas literarias que publican cuentos y otros artículos (para la muestra The New Yorker).
No soy, por lo menos, fanático de libros enteros de un solo autor. Hago la excepción ante un gran poeta, como Philip Larkin o Ted Hughes, y eso que leyéndolos por sorbos muy pausados. En este género el Externado publica una ingeniosa colección llamada Un libro por centavos, donde cada edición recoge retazos de poemas de cierto autor. He leído algunos, pero no he logrado pasar de una tenue emoción con uno que otro poema. Hace unos meses leí el libro con el que el poeta colombiano Fernando Herrera Gómez se ganó el Premio Nacional de Literatura - Poesía en 2007 (el libro se llama Breviario de Santana, publicado por la Universidad Nacional), y me llevé muy pocos, aunque firmes, buenos recuerdos. En general, este tipo de textos son difíciles, tanto para las editoriales como para el público de lectores. Las antologías de poemas tienden a ser más fuertes, porque se dan el lujo de seleccionar lo mejor de cada autor. En un comentario a una entrada anterior destaqué una que me gustó: Luna nueva. Y en el mundo editorial angloparlante, las de Norton ocupan un lugar especialmente destacado.
El párrafo anterior se empieza a parecer a una entrada de hace unas semanas, cuando hablé del libro de cuentos y las vicisitudes que lo acompañan. Pero las semejanzas son más circunstanciales que intencionales. En ese momento dije que el cuento estaba a salvo, y que consideraba en graves problemas la colección de cuentos escritos por un autor desconocido. Debo confesar, por ahora, que mi opinión ha cambiado, en algunos aspectos. Pero de eso hablaré en otra ocasión.
Retomando la conexión editorial desde otro ángulo, en este mundo de poetas y no de lectores de poesía, hay un libro reciente que es una buena manera de reconciliarse con el rol de ser lectores de poesía. Me refiero a How to Read a Poem, de Terry Eagleton. Quienes hayan leído a Eagleton antes, pueden brincarse sin daño alguno los capítulos 1 y 3, y casi todo el capítulo 4. Quienes no hayan leído a Eagleton, con mayor razón. En esos capítulos Eagleton presenta su ángulo político —cada vez menos fresco y sí, más gauche caviar— que en el mejor de los casos guarda una relación oblicua con los temas del libro. Pero en el resto de la obra, Eagleton hace un despliegue excelente de las maravillas del close reading, la lectura atenta y minuciosa. Sus lecturas de Yeats y de Blake, de Eliot y de Keats, en realidad lo recompensan a uno con creces. Le hacen recordar ese extraño pero exquisito placer que implica rehusarse a leer las mil noticias nuevas y las mil obras nuevas, para enfocarse en cambio en una sola, un solo texto, y leerlo con calma, hilvanando interpretaciones sobre la rima y la métrica con lecturas juiciosas del contenido. El libro provoca no sólo escribir poemas sino leerlos.
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ReplyDeleteEste tema de los malos poetas siempre ha dado lugar a largas discusiones. Sí, se escribe más de lo que se lee y por eso creo que son tan malos poetas, porque no leen, ni buena poesía para aprender, ni mala para no repetir.
ReplyDeleteCon certeza sé que los libros de poesía no los compra nadie, sólo hay que ver la bodega de la editorial universitaria donde trabajé para comprobarlo (y no todo es malo). Muchas librerías, entre ellas la Nacional, ni siquiera reciben los libros de poesía porque de antemano saben que no se van a vender. Inevitable mencionar el famoso festival de poesía de Medellín en el que en un auditorio lleno total, repleto, con gente sentada encima de las luces porque no hay más espacio, no se vende un solo libro de poesía, ni buena ni mala, ni siquiera si se trata del mismo poeta al que acaban de aplaudir con furia y entusiasmo.
Hay dos libros que siempre me han causado curiosidad --aunque nunca los he leído-- por la semejanza de su asunto, uno es The Ode Less Traveled: Unlocking the Poet Within, de Stephen Fry (gran personaje, aunque no sé qué tan buen escritor) y el otro es Método fácil y rápido para ser poeta, de Jaime Jaramillo Escobar. Ambos parten de la premisa de que cualquiera puede escribir poesía, siempre y cuando conozca las condiciones del asunto. No aclaran si buena o mala poesía. Que bueno que el libro de Eagleton se trate de los lectores y no de los escritores. Lo voy a buscar.
Mónica: Comparto tu opinión de que los buenos autores tienen que leer, y leer mucho, por las razones que señalaste. Si les creemos a los últimos estudios sobre los "top performers" (en todas las áreas, entre ellas la artística), el truco está en una enorme dedicación. Para los escritores, claro, la dedicación incluye mucha lectura. Algo había dicho sobre esto al hablar sobre Coelho. Desconfiaría de esos manuales que prometen convertirte en poeta en una sentada. Es muy acorde con la mentalidad do it yourself, que es muy del mundo anglosajón, pero en campos como el artístico me genera desconfianza. Otra cosa es un programa MFA.
ReplyDeleteCreo que generé un pequeño malentendido sobre el libro de Eagleton, tanto en tu comentario como en otro que me enviaron. El libro de Eagleton es sobre poetas, y buenos poetas. Pero al acompañar a Eagleton mientras los lee con tanta habilidad y sutileza uno no puede hacer otra cosa sino sentir el placer de ser un buen lector de buenos poetas. Recomiendo el libro, por todas las suntuosas interpretaciones que recoge. Es la crítica literaria (tantas veces tan injustamente atacada en medios artísticos) en su muy elevada expresión.
Por último, tu comentario sobre el auditorio a reventar que luego no compraba ni un libro de poesía me pareció bien contada y muy diciente.
Ese espectaculo de los poetas aficionados declamando sus creaciones al final de un evento de escritores profesionales es imperdible. Sus obras son tan infantiles y tan bobas que uno concluye que no han leido nada. Pero eso sigue siendo un gran show, deberian transmitirlo por television, una vez se supera la pena ajena uno se rie mucho, las caras de los poetas al comenzar y al terminar son lo mejor, especialmente la cara del final, cuando son riendose contentos con su poesia. Que nunca se acabe, que la gente siga escribiendo y declamando sus obras.
ReplyDeleteEs que pensandolo bien, es hasta mejor la mala poesia que la buena.
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ReplyDeleteUn gran poeta colombiano, creo que Dario Jaramillo, el decia que muy bueno que la gente escriba poesia, lo unico es que por favor no se la lean a el.
ReplyDeleteMe pareció muy real aquello de que el común de la gente, escribe más poesía que cuento porque tiene menos palabras, jaja. Bueno, seguro que te referías a la mala poesía. Yo, simple lectora, también cometí mis pecadillos hace muchos muchos años, pero conste que fueron pecados solitarios, jamás tuve el valor de compartirlos con algo diferente al tarro de la basura.
ReplyDeleteEl único poeta que conozco y me gusta es Darío Jaramillo Agudelo.
También me gusta dentro de este género el Haiku y me gustaría trabajarlo como terapia antistrees antes de que fuera a parar al honorable tarro de basura.
Ojo, cuando menciono arriba lo de la mala poesía porque tiene menos palabras, no me refiero al Haiku.
ReplyDelete"El bosque sería muy triste si sólo cantaran los pájaros que mejor lo hacen". (Tagore)
ReplyDeletePero yo prefiero oír a los mejores pájaros :)
Juan David: De acuerdo con que ese show que empieza cuando se cierra el telón de los escritores invitados merecería ser televisado. Así, además, uno podría darle pausa, porque en algunos por los que he pasado dentro del público la pena ajena casi me obliga a pararme e irme. Y ahí es muy pertinente la cita de Darío Jaramillo que trajiste a colación.
ReplyDeleteAnónimo: En efecto, creo que más gente se le mide a la poesía por ser más cortica. Y otra cosa que no mencioné: en la época de verso libre que vivimos (y gracias a Dios, porque me gustan los resultados), el freno impuesto al poeta aficionado por un esquema complejo de métrica y rima ya no es un obstáculo. Por eso creo que más gente se le mide. Eso no quiere decir que todos sus poemas sean malos. De hecho, hay mucha cosa buena que se está haciendo, y si no fuera por los medios disponibles no habría manera de leer ese material.
Por otra parte, creo que el valor terapéutico del arte, incluso para escritores de profesión, es innegable.
Ángela: Estoy de acuerdo con la cita de Tagore (aplicada al contexto) y también con tu comentario.