Una adaptación de El lector
Bernhard Schlink, El lector. Trad. Joan Parra Contreras. Barcelona: Anagrama (1997), 203 pp.
Hace unos días Salman Rushdie escribió un artículo interesante sobre las adaptaciones. Aunque en el artículo se refiere básicamente a las adaptaciones artísticas, habla de las adaptaciones en un sentido muy amplio, como las que experimentan las personas, las sociedades y las obras de arte. La pregunta central para él es sobre la esencia: “cómo hacer una segunda versión de una primera cosa […] que se convierta exitosamente en una cosa nueva y propia, y sin embargo cargue la esencia, el espíritu, el alma de la primera cosa”. La adaptación, dice Rushdie, “funciona de la mejor forma cuando es una verdadera negociación entre lo viejo y lo nuevo, llevada a cabo por personas que entienden ambos elementos, y se preocupan por ambos, personas que pueden ayudarle a la cosa adaptada a saltar el golfo y brillar de nuevo con una luz diferente”.
Es un texto interesante. La exposición es más anecdótica que rigurosa, y algunas partes desaciertan, pero en general el artículo es divertido y bien organizado. Retoma una discusión vieja: ¿qué pasa con las adaptaciones de novelas a películas? Rushdie presenta la posición que dice que las únicas películas verdaderamente buenas son aquellas creadas directamente para el cine, y la refuta, aunque admite que “los fracasos son mucho más frecuentes que los éxitos”. Se refiere a dos casos concretos entre las películas nominadas al Óscar: Slumdog Millionaire y The Curious Case of Benjamin Button. La segunda nació de un cuento de F. Scott Fitzgerald, y la primera de una novela india. Curiosamente Rushdie no se refiere a la opción más obvia, dentro de la lista de las películas nominadas al Óscar, para discutir el tema de la adaptación al cine de una novela. Me refiero a El lector, de Bernhard Schlink.
Antes de eso, una palabra sobre mi propia relación con las adaptaciones. A menudo me cuesta disfrutar las películas que veo luego de leer los libros en los que se basaron, especialmente cuando tengo muy fresco el libro. Por ejemplo, cierta tarde terminé de leer Satanás, de Mendoza, y esa noche fui a ver Satanás, de Baiz. Fue un ejercicio verdaderamente esquizofrénico, en el que me pasé la película comparando mi recuerdo de la novela con lo que estaba viendo en el cine, como cuando uno busca diferencias entre dos imágenes en la sección de pasatiempos de los periódicos. Para nada recomiendo hacer esto. De lo que hay que darse cuenta, como lo dijo Javier Moreno con ocasión de la adaptación al cine de Watchmen, es que la adaptación no tiene que verse como una versión atrofiada del original, como “una sombra de algo más”. Es una obra nueva, y hay que considerarla principalmente así. (No me pronuncio sobre la adaptación de Watchmen, porque he leído la novela, pero no he visto la película).
En el artículo de Rushdie que mencioné al inicio, el autor dice que, al parecer, quienes más disfrutaron una adaptación al teatro de su novela Midnight’s Children fueron aquellos que no se habían leído el libro. No me sorprende. El caso más flagrante de la incomodidad que pasé comparando la novela y la película fue Satanás, pero también tuve algo de eso con El perfume y Ensayo sobre la ceguera. Ambas películas me parecieron cuando menos rescatables. El perfume, por ejemplo, cambió en su orientación (se volvió una historia de amor), pero disfruté el resultado, y la osadía que tuvieron sus creadores al ejecutar la escena de la orgía masiva. Blindness fue fiel al Ensayo sobre la ceguera, tal vez reduciéndole a la escatología que en la novela alcanza niveles protagónicos, pero en general tiene buen ritmo, y con buen juicio se rehúsa, como lo hace el libro, a darle soluciones alegóricas al problema central de la obra. Curiosamente, de las personas con quienes vi Blindness, a quien menos le gustó fue al único que no había leído el Ensayo. Terminando con la pequeña muestra de adaptaciones, incompleta y casi aleatoria, tengo mucho interés en ver la adaptación de Disgrace, de Coetzee, en buena medida porque es una de mis novelas favoritas; espero no decepcionarme. En todo caso, el punto es que no es un ejercicio fácil, ver adaptaciones de novelas que uno ha leído, más aún cuando uno leyó el libro poco antes de ver la película, o cuando uno ha considerado que la novela es muy buena.
Volvamos a El lector, que antes de ser una película nominada al Óscar fue una novela muy bien recibida tanto en la prensa como en la crítica, escrita por el juez y jurista alemán Bernhard Schlink. De Schlink he leído, aparte de El lector, la trilogía de novelas policíacas (protagonizadas por Selb, un detective que fue nazi durante la guerra; quizás las comentaré más adelante, junto con otras obras del mismo género), y una colección de cuentos, Amores en fuga. Hace poco me referí a este formato editorial, el de los libros de cuentos, pero no mencioné la obra de Schlink. Amores en fuga reúne cuentos largos, algunos muy bien logrados (me gusta particularmente “La circuncisión”), siempre caracterizados por una frialdad explorativa que he llegado a considerar característica de Schlink.
El lector es la obra más lograda de Schlink, y fue un éxito tan grande (formó parte de la codiciada lista de Oprah) que su exclusión del artículo de Rushdie es sorprendente. Es un libro corto, con un giro sorprendente hacia la mitad que lo hace a uno repensar todo lo que había leído. El giro se sintoniza muy bien con la principal preocupación temática de Schlink, en todas sus obras: la culpa. Hay dilemas sobre la culpa colectiva, la culpa trasgeneracional, la culpa de los vencedores, la culpa personal, la culpa perdonada, la culpa olvidada. Muchos de ellos aparecen en El lector, como en esta reflexión del protagonista: “¿cómo debía interpretar mi generación, la de los nacidos más tarde, la información que recibíamos sobre los horrores del exterminio de los judíos? […] ¿Es ése nuestro destino: enmudecer presa del espanto, la vergüenza y la culpabilidad? ¿Con qué fin? […] [M]e pregunto si las cosas debían ser así: unos pocos condenados y castigados, y nosotros, la generación siguiente, enmudecida por el espanto, la vergüenza y la culpabilidad” (p. 99).
Estos cuestionamientos se pierden en la película, presentada en 2008 con actuaciones de Kate Winslet (que se ganó el Óscar por su papel) y Ralph Fiennes. Habría sido muy difícil lograr estas preguntas sin una voz en off, lloviendo comentarios sobre las imágenes. No la hubo; el director la considera “la salida de los flojos”, según reportó el New York Times. La película rescata algo de este elemento de crítica en las discusiones que tiene el protagonista, Michael, con sus compañeros de clase y con un profesor, pero el resultado es mucho menos desgarrador que en la obra de Schlink.
Algo se perdió en el proceso además de la voz que cuestiona, y fue la sutileza de algunos elementos de la trama. Por ejemplo, hay un elemento que la novela llama con mucho acierto la “mentira vital” de Hanna (el personaje de Kate Winslet). En el libro esta mentira es sutil, pero en la película es demasiado obvia: uno tiene que estar dormido para no darse cuenta de qué se trata.
Otros elementos cambian. El rol de la judía que vive en Estados Unidos es bastante más benigno en la película que en la novela. La profesión de Michael cuando se convierte en Ralph Fiennes parece ser distinta a la de Michael en la novela, donde se ha hecho un profesor de Historia del Derecho. Esos son cambios menores, pero, en el agregado, las transformaciones terminan moviendo el centro de gravitación más hacia las cicatrices emocionales fruto de la relación del adolescente Michael con la mucho mayor Hanna que hacia la culpabilidad de los alemanes por los actos atroces cometidos durante la guerra. Ambos son los temas principales de la película y de la novela, pero la novela gravita más hacia la culpa.
Nos dice un artículo del New York Times que Schlink nunca esperó que la película fuera una “adaptación literal” de su novela. Y eso está bien. Toda adaptación supone un reto de quien adapta, y de quien pretende valorar ambas partes del proceso de transformación. Tanto El lector, la novela, como El lector, la película, valen la pena. Rushdie habría hecho bien en incluirlas dentro de su recuento de recientes adaptaciones.
Hace unos días Salman Rushdie escribió un artículo interesante sobre las adaptaciones. Aunque en el artículo se refiere básicamente a las adaptaciones artísticas, habla de las adaptaciones en un sentido muy amplio, como las que experimentan las personas, las sociedades y las obras de arte. La pregunta central para él es sobre la esencia: “cómo hacer una segunda versión de una primera cosa […] que se convierta exitosamente en una cosa nueva y propia, y sin embargo cargue la esencia, el espíritu, el alma de la primera cosa”. La adaptación, dice Rushdie, “funciona de la mejor forma cuando es una verdadera negociación entre lo viejo y lo nuevo, llevada a cabo por personas que entienden ambos elementos, y se preocupan por ambos, personas que pueden ayudarle a la cosa adaptada a saltar el golfo y brillar de nuevo con una luz diferente”.
Es un texto interesante. La exposición es más anecdótica que rigurosa, y algunas partes desaciertan, pero en general el artículo es divertido y bien organizado. Retoma una discusión vieja: ¿qué pasa con las adaptaciones de novelas a películas? Rushdie presenta la posición que dice que las únicas películas verdaderamente buenas son aquellas creadas directamente para el cine, y la refuta, aunque admite que “los fracasos son mucho más frecuentes que los éxitos”. Se refiere a dos casos concretos entre las películas nominadas al Óscar: Slumdog Millionaire y The Curious Case of Benjamin Button. La segunda nació de un cuento de F. Scott Fitzgerald, y la primera de una novela india. Curiosamente Rushdie no se refiere a la opción más obvia, dentro de la lista de las películas nominadas al Óscar, para discutir el tema de la adaptación al cine de una novela. Me refiero a El lector, de Bernhard Schlink.
Antes de eso, una palabra sobre mi propia relación con las adaptaciones. A menudo me cuesta disfrutar las películas que veo luego de leer los libros en los que se basaron, especialmente cuando tengo muy fresco el libro. Por ejemplo, cierta tarde terminé de leer Satanás, de Mendoza, y esa noche fui a ver Satanás, de Baiz. Fue un ejercicio verdaderamente esquizofrénico, en el que me pasé la película comparando mi recuerdo de la novela con lo que estaba viendo en el cine, como cuando uno busca diferencias entre dos imágenes en la sección de pasatiempos de los periódicos. Para nada recomiendo hacer esto. De lo que hay que darse cuenta, como lo dijo Javier Moreno con ocasión de la adaptación al cine de Watchmen, es que la adaptación no tiene que verse como una versión atrofiada del original, como “una sombra de algo más”. Es una obra nueva, y hay que considerarla principalmente así. (No me pronuncio sobre la adaptación de Watchmen, porque he leído la novela, pero no he visto la película).
En el artículo de Rushdie que mencioné al inicio, el autor dice que, al parecer, quienes más disfrutaron una adaptación al teatro de su novela Midnight’s Children fueron aquellos que no se habían leído el libro. No me sorprende. El caso más flagrante de la incomodidad que pasé comparando la novela y la película fue Satanás, pero también tuve algo de eso con El perfume y Ensayo sobre la ceguera. Ambas películas me parecieron cuando menos rescatables. El perfume, por ejemplo, cambió en su orientación (se volvió una historia de amor), pero disfruté el resultado, y la osadía que tuvieron sus creadores al ejecutar la escena de la orgía masiva. Blindness fue fiel al Ensayo sobre la ceguera, tal vez reduciéndole a la escatología que en la novela alcanza niveles protagónicos, pero en general tiene buen ritmo, y con buen juicio se rehúsa, como lo hace el libro, a darle soluciones alegóricas al problema central de la obra. Curiosamente, de las personas con quienes vi Blindness, a quien menos le gustó fue al único que no había leído el Ensayo. Terminando con la pequeña muestra de adaptaciones, incompleta y casi aleatoria, tengo mucho interés en ver la adaptación de Disgrace, de Coetzee, en buena medida porque es una de mis novelas favoritas; espero no decepcionarme. En todo caso, el punto es que no es un ejercicio fácil, ver adaptaciones de novelas que uno ha leído, más aún cuando uno leyó el libro poco antes de ver la película, o cuando uno ha considerado que la novela es muy buena.
Volvamos a El lector, que antes de ser una película nominada al Óscar fue una novela muy bien recibida tanto en la prensa como en la crítica, escrita por el juez y jurista alemán Bernhard Schlink. De Schlink he leído, aparte de El lector, la trilogía de novelas policíacas (protagonizadas por Selb, un detective que fue nazi durante la guerra; quizás las comentaré más adelante, junto con otras obras del mismo género), y una colección de cuentos, Amores en fuga. Hace poco me referí a este formato editorial, el de los libros de cuentos, pero no mencioné la obra de Schlink. Amores en fuga reúne cuentos largos, algunos muy bien logrados (me gusta particularmente “La circuncisión”), siempre caracterizados por una frialdad explorativa que he llegado a considerar característica de Schlink.
El lector es la obra más lograda de Schlink, y fue un éxito tan grande (formó parte de la codiciada lista de Oprah) que su exclusión del artículo de Rushdie es sorprendente. Es un libro corto, con un giro sorprendente hacia la mitad que lo hace a uno repensar todo lo que había leído. El giro se sintoniza muy bien con la principal preocupación temática de Schlink, en todas sus obras: la culpa. Hay dilemas sobre la culpa colectiva, la culpa trasgeneracional, la culpa de los vencedores, la culpa personal, la culpa perdonada, la culpa olvidada. Muchos de ellos aparecen en El lector, como en esta reflexión del protagonista: “¿cómo debía interpretar mi generación, la de los nacidos más tarde, la información que recibíamos sobre los horrores del exterminio de los judíos? […] ¿Es ése nuestro destino: enmudecer presa del espanto, la vergüenza y la culpabilidad? ¿Con qué fin? […] [M]e pregunto si las cosas debían ser así: unos pocos condenados y castigados, y nosotros, la generación siguiente, enmudecida por el espanto, la vergüenza y la culpabilidad” (p. 99).
Estos cuestionamientos se pierden en la película, presentada en 2008 con actuaciones de Kate Winslet (que se ganó el Óscar por su papel) y Ralph Fiennes. Habría sido muy difícil lograr estas preguntas sin una voz en off, lloviendo comentarios sobre las imágenes. No la hubo; el director la considera “la salida de los flojos”, según reportó el New York Times. La película rescata algo de este elemento de crítica en las discusiones que tiene el protagonista, Michael, con sus compañeros de clase y con un profesor, pero el resultado es mucho menos desgarrador que en la obra de Schlink.
Algo se perdió en el proceso además de la voz que cuestiona, y fue la sutileza de algunos elementos de la trama. Por ejemplo, hay un elemento que la novela llama con mucho acierto la “mentira vital” de Hanna (el personaje de Kate Winslet). En el libro esta mentira es sutil, pero en la película es demasiado obvia: uno tiene que estar dormido para no darse cuenta de qué se trata.
Otros elementos cambian. El rol de la judía que vive en Estados Unidos es bastante más benigno en la película que en la novela. La profesión de Michael cuando se convierte en Ralph Fiennes parece ser distinta a la de Michael en la novela, donde se ha hecho un profesor de Historia del Derecho. Esos son cambios menores, pero, en el agregado, las transformaciones terminan moviendo el centro de gravitación más hacia las cicatrices emocionales fruto de la relación del adolescente Michael con la mucho mayor Hanna que hacia la culpabilidad de los alemanes por los actos atroces cometidos durante la guerra. Ambos son los temas principales de la película y de la novela, pero la novela gravita más hacia la culpa.
Nos dice un artículo del New York Times que Schlink nunca esperó que la película fuera una “adaptación literal” de su novela. Y eso está bien. Toda adaptación supone un reto de quien adapta, y de quien pretende valorar ambas partes del proceso de transformación. Tanto El lector, la novela, como El lector, la película, valen la pena. Rushdie habría hecho bien en incluirlas dentro de su recuento de recientes adaptaciones.
El mito que yo seguía era el de no ver las películas antes de haber leído el libro. Todo porque hace muchos años, cuando era adolescente, vi la adaptación de Crónica de una muerte anunciada, y luego, cuando leí el libro, no podía evitar que Santiago Nasar tuviera la cara de Anthony Delon, no me gustó la sensación.
ReplyDeletePero luego rompí el ciclo y vi Fear and Loathing in Las Vegas sin conocer el libro; luego, cuando lo leí, no me importó que Raoul Duke tuviera la cara de Jhonny Deep, esta vez, esa imposición del personaje no me impidió disfrutar la lectura.
En ambos casos, claro, más que los actores y los personajes que interpretan, lo que pesa es la adaptación general de la obra. Creo, entonces, que lo que no perdono como lectora es que el cine haga adaptaciones que no estén a la altura del texto, porque la imagen, que prevalece más tiempo en la memoria, es capaz de arruinar una buena historia cuando no le hace justicia.
(Y una pregunta más prosaica: ¿sabe cómo puedo poner itálicas en los comentarios? He tratado, pero no encuentro la opción. Mi computador es Mac).
Mónica: Para poner itálicas en los comentarios use el comando de xhtml ‹em›. Por ejemplo, si quiere que la palabra Dios salga en itálicas escriba ‹em›Dios‹/em›. El resultado será Dios.
ReplyDeleteMónica: Yo también seguía ese mito (el de no ver las películas si no he leído el libro), pero también he aprendido a convivir con las distintas formas artísticas que asume una idea. Pero sí creo que hay algo castrante, una sordina, que le impone el medio visual al medio oral o escrito, donde la imaginación es la que hace tanto del trabajo. Curiosamente tengo Fear and Loathing, por ahí, en un estante y en la interminable lista de lecturas pendientes; en la copia que tengo la cara de Depp te saluda desde la portada. Las portadas creo que afectan mucho las lecturas, en todo caso. Algo sobre esto escribí precisamente sobre la portada de la traducción de El lector al español, en un texto académico que me publicaron a principios del 2008. Pero tenés toda la razón en exigir altura de las obras adaptante y adaptada (me acabo de inventar esta dupla para distinguir una de la otra).
ReplyDeletePara responder a tu pregunta sobre las cursivas, la respuesta de Javier te sirve. Yo uso lo mismo que él te dijo, pero en lugar de em escribo i (por "italics"). Funciona igual. Aparte de eso, ¿cómo hacés para sobrevivir a un Mac?
Aquí en casa también somos usuarios mac.
ReplyDeleteMe quedé pensando en el tema este fin de semana y recordé muchas otras películas adaptadas de la literatura. Pero encontré un caso poco frecuente, en el que la adaptación cinematográfica resultó mejor que el original escrito. One Flew Over the Cuckoo's Nest ha sido siempre una de mis películas favoritas, pero no sabía que era una adaptación. Estas vacaciones de diciembre vi por primera vez el libro en una librería (con el Jack Nicholson de la película en la portada, claro) y lo compré, pero me decepcionó mucho; es más, ni siquiera lo terminé de leer porque me pareció muy lejano a lo que se logró en el cine, por lo menos en mi opinión. Es un caso raro, pero pasa.
ReplyDeleteTambién pensé en la omisión de The Reader en el artículo que mencionas, y creo, aunque puedo estar equivocada, que la distribución comercial de esta película fue demorada. Tal vez el autor no la había visto cuando escribió la nota. Estoy especulando aquí.
En cuanto al Mac, no solo lo sobrevivo, sino que acabo de actualizarme a un MacBook. Aunque reconozco que Windows es un sistema más amigable.
Gracias por la herramienta para itálicas.
Gracias por tu comentario sobre la valoración inversa: es decir, la gente tiende a pensar que las películas hechas a partir de libros son inferiores a los libros, pero tu observación apunta hacia las películas que superen las novelas adaptadas. Tenés toda la razón. Yo no he leído One Flew Over the Cuckoo's Nest, pero a mí me pasó con dos (que recuerde ahora): Trainspotting y Clockwork Orange. Ambas me parecieron mejores películas que libros, y de hecho nunca pude avanzar mucho en las versiones noveladas. Sospecho que debe suceder algo igual con Eyes Wide Shut, porque dicen que la novela original es muy simplona.
ReplyDeletePuede ser que tu especulación sobre la omisión de The Reader en el artículo de Rushdie sea correcta. Por ejemplo, la película sólo abrió en Alemania en febrero. Pero alguien tan internacional como Rushdie, que viaja por todo el mundo constantemente, creo que hubiera podido verla si así quisiera. Sospecho que hay algo más que lo llevó a abstenerse, pero no sé qué. Tal vez no quería distraer al público abordando el controvertido tema del nazismo.
O tal vez no había leído la novela.
ReplyDeleteCiertamente es posible. Lo pensé, pero ante la brevedad de El lector, el impacto mediático y crítico tan grande que tuvo, y la fluidez de Rushdie con la literatura contemporánea, lo dudé. En todo caso, pueda que esa sea la verdadera razón.
ReplyDeleteA mí la película El Lector no me interesa porque ya a esta edad no me aguanto las películas donde se supone que los personajes son rusos, o alemanes, o franceses, o indios pobres, pero hablan en inglés. Si además los actores fingen un acento, el director merece ser fusilado.
ReplyDeleteMe parecen válidas tus críticas, por principio, de la película El lector. Sin embargo, el artículo del NYT da razones que me habían convencido de aceptar esos aspectos de la película como fue hecha. Por ejemplo, Schlink dijo querer sacrificar el realismo de hablar en alemán por el universalismo de hablar en inglés, para dar a entender que esta no era una trama sobre Alemania sino más abarcadora. Y el acento del protagonista dicen que no fue fingido sino real, porque aprendió inglés para actuar en la película. Tus críticas siguen vivas, pero me parecieron interesantes las explicaciones preventivas que habían dado.
ReplyDeletePensando en esta participación del autor, y en otra adaptación que acabo de ver, ¿por qué creés, Javier, que Moore no permitió que lo anunciaran en los créditos al inicio de Watchmen?
Porque es un viejo neurótico y porque tuvo malas experiencias con adaptaciones previas de otros de sus trabajos en las que sí aceptó que mencionaran su nombre (e.g. From Hell (que fue destrozada en esa versión conspiranóica protagonizada por J. Depp) y The League of Extraordinary Gentlemen (sin comentario)).
ReplyDeleteAhora todos dicen que Moore siempre ha asegurado que Watchmen era una historia infilmable, pero olvidan mencionar que él aceptó inicialmente la idea de una adaptación cuando compraron los derechos para hacerla (no recuerdo qué compañía) a finales de los ochenta.
No creo que haya algo demasiado profundo detrás de esa decisión. Moore es un tipo difícil, nada más.